lunes, 28 de diciembre de 2009

Eduardo Galeano.

Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.
Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada. Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos. Que no son, aunque sean. Que no hablan idiomas, sino dialectos. Que no profesan religiones, sino supersticiones. Que no hacen arte, sino artesanía. Que no practican cultura, sino folklore. Que no son seres humanos, sino recursos humanos. Que no tienen cara, sino brazos. Que no tienen nombre, sino número. Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.

lunes, 14 de diciembre de 2009

La desgraciada.

El luto era el atuendo que mejor le sentaba, aunque no por acumular pérdidas, sino por su funesta actitud hacia la vida. Si en el cielo nacía un ejército de colores cálidos, esta desgraciada se encargaba de entristecerlo, de quitarle el brillo, el aliento, la misteriosa paleta de sensaciones que lo invadía; de volverlo gris y sombrío, como ella. No sentía amor por nada que se movilizase en dos patas. El reino animal era lo suyo.
Muchos creemos que su mayor deseo era convertirse en perra, para estrangular una a una las pulgas que, más inocentes que el viento, se posasen sobre su lomo.
Su hobbie era presentarse en los velorios de sus enemigos y montar un monólogo desquiciado, irritando de esa manera a todos los presentes; hasta que notaba la indignación en sus ojos y un aire de estupor le recorría el cuerpo, dándole el placer de miles orgasmos juntos. Daba asco verla transitar las veredas del mundo, quitándole belleza a cada centímetro de vida esparcido por ahí, borrando las descaradas sonrisas de los recién llegados en brazos de sus progenitores, devorando el entusiasmo de los enamorados repletos de tiempo de ocio. Era insoportable ver su silueta cargada de desprecio, meneando las flojeras por el cosmos, expectante, aguardando el momento menos oportuno para esparcir su idiota hipocresía entre los dolores ajenos. Era una verdadera hija de puta, carente de cualquier tipo de virtud y de sosiego.
No es necesario que se queden únicamente con mi palabra, salgan a las calles, interroguen sobre su persona, investiguen su nombre, su no-vida, los sitios en los que causó estragos emocionales, las casas fúnebres que llevó a la quiebra por haber provocado lágrimas de compasión hasta en sus propios dueños, vayan y recopilen toda la información necesaria; las pruebas de todo están a la vista.
Les juro que soy una persona completamente humana, sin rastros de maldad o de dobles intenciones. Mi rectitud hacia el emblema de la justicia es una de mis mayores virtudes, y jamás faltaría a la verdad al tratarse de un caso semejante. Pero no pude evitar irritarme aquella noche, fue algo que sobrepasó todos mis límites. Más de cien caras destruidas por el dolor de otra pérdida, por el vacío de entender que cada vez quedaban menos miembros de su clan respirando olor a vida; llantos, lamentos, autoestimas en estados insuperables de melancolía; desórdenes humanos de sentimientos… y ella, ella metida en medio de todo, montando nuevamente su monólogo hipócrita entre esa gente inocente, dolorida, vulnerable. No pude, señores; conté mil veces hasta mil, apreté los puños, intenté pensar en otra cosa, pero no pude. Mis principios no supieron aceptar semejante suceso, imaginensé.
Pensé varias veces todo, racionalicé hasta la última gota de sentido común que habitaba en mi ser, y volví a mirar a los presentes, tan acobardados, tan destrozados, tan invadidos por esa injusticia de otros mundos... Mis ojos se perdieron en el vacío luego de esta última acción, ya no pensé más; estaba totalmente segura de lo que tenía que hacer. Una fuerza que no provenía de mi interior, sino de un infinito todavía no descubierto, me sacó de un salto de mi asiento, me acerqué sin mirar atrás y lo hice: con la punta de la pluma que uso a diario para tomar apuntes, penetré incontable veces al montículo de grasa que tenía en frente; cerré los ojos y clavé mi péndola en cada metro de su condenado ser. La sangre violácea de esa desgraciada me manchó la ropa y todo lo que había a su alrededor, pero no me detuve; incansablemente seguí atacándola, punzando su asqueroso cuerpo, desquiciada, pero apacible. De pronto sentí una suave mano que se apoyaba sobre mi hombro, no me pareció necesario girar la cabeza para saber a quien pertenecía, pero entendí al instante que era el aviso que, inconscientemente, había estado esperando; mi trabajo había terminado.
Abrí los ojos, vislumbré el enorme cuerpo -¡por fin!- inerte, descubrí la paz en la mirada de todos los presentes y me sentí feliz. Comencé a caminar con pasos tranquilos hacia la salida de la sala velatoria en que nos encontrábamos, salí a la calle y avancé sin detenerme hasta aquí, abrí la puerta, entré, dejé mi pluma teñida de sangre sobre el escritorio de la recepción y, con mi voz tranquila de siempre, resumí en cuatro palabras mi declaración provisoria. Al ver la cara de asombro del encargado de la recepción, me pareció propicio repetirla, para que no quedase duda alguna. “Maté a mi prima”- dije nuevamente. Y tomé asiento.

martes, 8 de diciembre de 2009

Te estoy verseando.

El andén en que dormimos abrazados tantas noches,
donde la nostalgia se descascaraba en las hojas secas de algún almendro,
en el que pedíamos deseos a los durmientes, a las vías, a los canteros,
para luego mirarnos y entender que no había nada más que deseáramos.
El andén donde los viejos vagones, presos del óxido y de la intemperie,
nos espiaban silenciosos,
donde comprábamos pasajes para no irnos jamás,
donde mojábamos pañuelos, versos y sonidos,
ajenos a la vejez y al tiempo,
donde las dimensiones eran planas si dejábamos los pies en el suelo,
donde permanecimos ausentes tantas veces,
acariciándonos con los susurros que nunca nos dijimos.
El andén de las cosas encontradas,
del aroma a poesía y a canción,
de los primeros planos,
de la risa fácil.
El andén donde los cuerpos se buscaban, se mezclaban, renacían,
donde garabateábamos sueños en los postigos de nuestros escasos años,
donde hacer el amor significaba permanecer callados,
donde los mitos eran la pura verdad.
El mismo andén donde esa noche oscura, casi primaveral,
esquivé tus ojos y apreté los dientes,
inmersa, por vez primera, en el tiempo, el espacio y las dimensiones.
El mismo andén en el que un parpadeo me arrebató tu mano.
El mismo andén en el que ese día amaneció antes de tiempo.
El mismo andén en el que me quedé sin vos.

Ese mismo andén… ahora de nadie.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Absurdeando, nuevamente.

— Los diálogos no son lo mío…
— ¡No me digas! Escribís en prosa, con todas esas metáforas raras ¿y no vas a poder hacer un simple diálogo?
— No, no. En serio te digo. En el momento en que pongo la rayita de diálogo, mi mente queda en blanco, y si alguna idea toma algún otro color, lo más probable es que sea pésima. Los diálogos no son para mí…
— A ver… ¿Nunca hablaste con nadie? ¿No estás hablando conmigo?
— No me tomes el pelo… Por supuesto que hablo y…
— Bueno, entonces dejate de decir pavadas.
— ¿Ves que no se te puede contar nada? ¡Te estoy diciendo que no se me ocurre qué escribir!
— Callate… Lograste hartarme. A veces sos tan estúpida…
— Y vos vas a lograr que te mande a la mierda. ¿Qué parte no estás entendiendo? Te quisiera ver a vos escribiendo, por lo menos…
— Vos no ves lo que no querés ver. Lo mío es otra cosa… Yo no dependo de mí.
— Bueno, con ese criterio, mi creación de diálogos tampoco depende de mí…
— Seguís sin entender nada…
— Bueno, a ver… ¿Y qué es eso que tanto tengo que entender?
— Empezá por dejar de preocuparte por el suelo… Vas a ver cómo se te pasan todas esas “falencias” que decís que tenés.
— ¡Y si a mí el suelo no me importa! Yo busco otra cosa. Yo miro siempre para arriba…
— ¿Siempre… Juli?
— Sí, siempre.
— No, estás equivocada. Vos mirás para arriba, sí. Pero no siempre… Esas distracciones en las que controlás que todo esté bien acá abajo bastan para que no sea “siempre”.
— Estás diciendo pavadas… otra vez.
— Y vos estás siendo necia… otra vez.
— Bueno, callate. Me hartaste vos ahora. Cómo si supieras tanto de la vida... Cómo si a vos te saliera todo bien…
— ¿Y me vas a culpar a mí de lo que sale mal? Ah, no no. ¡Lo que te faltaba!
— No sé de qué me estás hablando…
— Ni yo sé por qué estoy perdiendo tiempo con vos… Andá, escribí un buen diálogo y dejame hacer tus cosas en paz.
— ¿Mis cosas? ¡De qué hablas!
— No hablo de nada que quieras entender… Andá, te dije.
— A ver… ¿Qué parte de “no sé escribir diálogos” no escuchaste?
— Basta. Me cansaste. No sabés escribir diálogos, tenés razón.
— Viste que te dije… Me es totalmente imposible.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Jueves.

Son las 12:17.
Agudizo mi oído derecho y me concentro en sólo mantenerme alerta. No hay nadie más en casa. Primer alivio del día.
Mi cuerpo se levanta y se mueve por la habitación guiado por la costumbre. Mi conciencia espera en la cama que se hagan las 12:30. Es mejor redondear en cuestiones numéricas.
Es martes, o lunes, o viernes. Es un día más, con sol o sin él, perfecto para nacer; como cualquier otro día.
Son las 12:30.
Mi invisibilidad más visible se quedó sin excusas. Me levanto por completo e intento acostumbrarme a la vida, como siempre. Inhalo y exhalo al menos diez veces, en la número nueve dejo de sentir desesperación y casi no noto el terrible peso del aire en mis pulmones. Ya nací… otra vez.
Mis ojos son aún más remolones que yo, por lo que no los espero para comenzar a vivir. En dos o tres horas voy a poder mirar, mientras tanto disfruto el placer de solamente ver.
Hago un llamado de escasa duración y salgo a olvidarme del mundo. Reparto con un gusto inexplicable besos y abrazos, regalo sonrisas y, aunque mis ojos ya comienzan a funcionar, no los uso. Es mejor ver que mirar. Me siento extasiada; estoy feliz.

Son las 22:03.
Entro a mi casa. Están todos.
Me esperaban para cenar, así que eso hago. Digo incoherencias, río sin motivos. Me aseguro de que todos sientan que estoy bien.
Me levanto de la mesa y dejo todo limpio. Los demás comienzan a invertir su tiempo en asuntos que poco me interesan, como siempre.
Cierro la puerta de mi habitación y me quedo adentro, sola. Tomo un libro del montón de empezados y me pierdo en su magia.
Me cambio de ropa. Me acuesto. Mi cuerpo está ansioso: la noche nos invadió, es hora de dejar de valer la pena.
Cierro los ojos -que sólo utilicé durante la cena-. Me acomodo y espero a que llegue el tiempo de morir, como cada noche. Estoy feliz.
Me concentro en dejar de estar alerta. Mañana va a ser un día complicado.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

No sé.

La inactividad de las personas responde sólo a una cosa: al desgastado hilo de desesperanza que, por motivos aún desconocidos por la humanidad, jamás termina de hacerse trizas contra la partícula de polvo más gorda y desequilibrada de nuestro ignorante ambiente. La desesperanza flota combatiendo los efectos secundarios de la inercia en la memoria de todos los seres que pretenden huir a su condición de humanos diferentes. Por otro lado, la raza de igualitos es la única responsable de que dicho hilo exista en las mentes de los jamás-igualitos. Entonces, la inactividad es únicamente un atributo para la parte de la humanidad menos importante: la masa, los parecidos por decisión propia, el montoncito de hombres y mujeres sujetos por las mismas tanzas y dirigidos por idénticos titiriteros. La masa, sí; LA masa.
Los igualitos y los jamás-igualitos habitan la misma burbuja, plagada de entradas de monóxido de carbono en mal estado. Los primeros se creen más inteligentes por formar parte de multitudes, mientras que los otros deambulan en grupos reducidos teniendo la total certeza de contar con niveles de raciocinio realmente elevados. Mientras unos se empujan para respirar hollín, otros llenan sus pulmones con refulgencia.
La masa y la nunca-masa se desprecian mutuamente; los primeros por idiotas, los segundos por cansancio. Son como dos bandos de un mismo club: el que quiere que cambien al arquero y el que quiere que cambien la red del arco; el que mira la pelota y el que mira al jugador que lleva la pelota; el que qué y el que no qué.
Como decía en un principio, existen dos tipos de humanos: los inactivos por ignorancia y los inactivos por decepción.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Oficio: vivir.

No es necesario que lo aclare, pero sé que estás ansioso por leer estas líneas; sí, recibí el puñal de papel envuelto en aromas embriagadores que me enviaste por correo. Lo recibí, y el eco de tus palabras escritas con fuego aún no deja de jugar al tenis en los huecos de mi autoestima. A pesar de eso, mi respuesta sigue siendo la misma.
Tenés el poder suficiente para lograr que mis certezas se arrodillen ante los puentes sostenidos de un solo lado que, como pueden, mantienen vivos a mis más profundos temores; pero incluso ese poder es efímero en vos, tanto como toda tu existencia de la mano de la tangente. Diste tu última jugada y no creas que no significó nada, como te dije, atravesaste mi manojo de principios de lado a lado. Pero, aún así, no puedo seguir con esto. Es necesario que entiendas que mi última palabra sigue siendo NO. Y es más necesario aún que sepas que las cifras se ubican en el extremo opuesto al mío; mi vida no alberga ningún tipo de números, sólo los manipula por conveniencia. El dinero no es un medio de movilidad para mí.
Con respecto a tu supuesta necesidad, no te engañes. Sólo soy tu capricho más realista, pero capricho al fin. Parece ilógico que yo pueda aceptar convivir mejor con la vida que vos; vos, que siempre te esforzaste por ser el jefe, el capitán de esta balsa, el piloto de este avión sin turbinas. Parece ilógico, realmente, que creas que nadie más que yo es adecuado para el puesto.
Espero haber salpicado las palabras en el orden correcto y no haberte dejado ningún hilo naufragando en el caos de tu abecedario a medio terminar. Espero ser clara, como así también concisa y terminante: No me ofrezcas más trabajos de oficina, Juan, yo quiero ser escritora.

martes, 3 de noviembre de 2009

Ni más ni menos que Girondo...

¡Todo era amor... amor! No había nada más que amor. En todas partes se encontraba amor. No se podía hablar más que de amor. Amor pasado por agua, a la vainilla, amor al portador, amor a plazos. Amor analizable, analizado. Amor ultramarino. Amor ecuestre.
Amor de cartón piedra, amor con leche... lleno de prevenciones, de preventivos; lleno de cortocircuitos, de cortapisas. Amor con una gran M, con una M mayúscula, chorreado de merengue, cubierto de flores blancas... Amor espermatozoico, esperantista. Amor desinteresado, amor untuoso...
Amor con sus accesorios, con sus repuestos; con sus faltas de puntualidad, de ortografía; con sus interrupciones cardíacas y telefónicas. Amor que incendia el corazón de los orangutanes, de los bombreos. Amor que exalta el canto de las ranas bajo las ramas, que arranca los botones de los botines, que se alimenta de encelo y de ensalada.
Amor impostergable y amor impuesto. Amor incandescente y amor incauto. Amor indeformable. Amor desnudo. Amor-amor que es, simplemente, amor. Amor y amor... ¡y nada más que amor!

domingo, 25 de octubre de 2009

No hay lechos de cristal.

A veces, cuando mi mente decide demostrarme que con sólo proponérselo saca lo que desee de mí, me encuentro en blanco; con la mente en blanco. En esos momentos, lo que menos me interesa es estar en algún lado. Escucho, veo, siento, pero es totalmente inútil: nada de lo que el exterior se digne a ofrecerme causa efecto alguno en mí. Ni mis mayores deseos ni mis placeres más bajos tienen sentido, sólo naufrago en la nada vestida de multitud y de paisajes. La nada y yo, unidas por el hilo invisible del naufragio mismo; por la marea inerte de los desiertos sin cactus; por la gravedad de todas las guitarras del mundo afinadas en Do sostenido; por la inercia que atraviesa el pecho de las mariposas cuando el mundo mira para otro lado…
Como todo efecto, este también termina, y los pensamientos irrumpen en forma de huracanes en todas las mentes del universo, pero aun más en la mía. Y dejo de estar en blanco, para estar en negro o en gris (jamás me alejo de la escala acromática; el mundo de los colores cálidos es para quienes viven en el infinito verano de la barbarie –si es que existe alguien que pueda resistirse a la fascinante inmutabilidad de las camperas con corderito y el chocolate caliente-). Comienzo nuevamente a tener ocurrencias y a ser esclava de mis pasiones, y sé, debido a esto, que volví. Volví, después de haberme ausentado por un tiempo, y sigo con la idea firme de que la vida es una caja china; un teatro abarrotado de postulantes para el papel de director, pero ninguno para el de autor de la obra. Para los actores no hay casting; no es un oficio ni un arte, es la obligación que le sigue a la de respirar y alimentarse a diario. Los actores de la satírica realidad son los encargados de abrir una y otra vez –con expresión de ansiedad- cada caja china. Ese es su único quehacer, el de caer en manos de la suerte e intentar sobrevivir para encontrar, algún día y sin demasiado apuro, el tan esperado fondo. Es un quehacer fascinante, tanto que uno termina agotado de estar fascinado, y es en ese punto en el que la sorpresa queda relegada para quienes todavía se encuentran en la lista de espera; para quienes esperan la espera deshojando hormigas rojas.
Huracán de ideas voladoras, qué forma tan impecable de apoderarte de mí has adquirido…

miércoles, 14 de octubre de 2009

Insomnio.

Tengo a mi enano reposando en mi mano izquierda. Decidí sacarlo de mi pecho por un rato; temo que el encierro le aprisione el alma. Está sentado, perdido en su asombro, esperando ver tu silueta con sus propios ojos. Sé que cuando sienta que estás cerca ya no voy a poder sujetarlo. Y no estoy segura de querer que ese momento se aproxime. ¿Para qué voy a exponerlo de esa forma? ¿Con qué fin?
Estamos juntos en este avión, pero volar con vos significa pelear contra mi mundo estando desarmada. Volar con vos es más de lo que estoy capacitada a afrontar, y eso que no me considero una cobarde. Ya lo intenté, y no pudiste no dejarme caer. No dependió de vos, dependió de los dos; y me dejaste caer. Ahora rozamos el suelo con zapatos de gamuza, sujetos a manos que no son las nuestras.
Tengo a mi querido y fiel enano reposando, engañado, en mi mano izquierda; intentando contar las tantas constelaciones que las partículas de polvo dibujan ante sus ojos; deseando contemplar estrellas incorpóreas; aguardando la llegada del tiempo que no se digna a hacerse presente; comprendiendo, muy a su pesar, que los sueños sólo ocurren cuando se tienen los ojos cerrados.
Tengo a mi mejor amigo reposando en mi mano izquierda, haciéndole frente, por primera vez en su vida, a la despiadada realidad.

jueves, 8 de octubre de 2009

Cambalache más cien.

Yo pertenezco al siglo de caniches con anteojeras. Sobrevivo a diario en el sitio donde las cosas se hacen de todos modos, aunque se hagan mal; donde la Real Academia Española inventa definiciones insuficientes para los miles de conceptos que nos rodean y, sin embargo, las aprueba; donde las calculadoras son más fáciles de manipular que los libros; donde los motores son mejores si hacen más ruido; donde no existen certezas absolutas, sino seres absolutamente estúpidos que intentan tener certezas de algo; donde es más imbécil el que renuncia a la vida que el que le teme a la muerte; donde sorprenderse dejó de tener sentido.
Yo vivo en el siglo de las preguntas retóricas. Lleno mis pulmones de contaminación con aire y me alimento de fechas de vencimiento escondidas debajo de algodones empapados con alcohol. Admiro a personalidades de siglos pasados, con la ilusa ilusión de adquirir una porción, aunque sea pequeña, de su magia. Quiero con desgano, quiero sin querer. Me cubro de ocupaciones que me llenan el alma, para no guardar mi espada definitivamente. Aprendo; me hago grande; me siento grande; me hago querer, desear, admirar; me convierto en mi modelo a seguir –sin estereotipos vacíos de por medio-; me veo y me gusto; me elijo y me vuelvo a elegir; me sigo, y pierdo las ganas de seguir a alguien más.
Yo existo en el siglo de solos por elección propia.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Enrique Symns.

“El corazón del universo late aquí donde, por suerte, todo está perdido. Aquí la guerra ha terminado y el guerrero vencido puede descansar. Aquí la sabiduría no existe y el sabio puede ignorar. Aquí el amor es una carta que las miradas jamás se escriben. Aquí podés abandonar tu libreto porque el teatro está vacío. Aquí podés hacer dormir tus planes porque el vacío ilumina lo único que hay: nada. (...) Estás aquí, donde todo te resulta gratis porque el sol se quema a sí mismo como un bonzo que se suicida por tristeza. Donde las sonrisas siempre terminan en puñaladas. Donde la noche miedosa deja corretear el misterio hasta que la maldición del día lo ilumina con sus preguntas. Aquí, donde los locos han esposado esposas al esposo, donde han madreado hijos para padrearlos, donde envejecen niños para que adulteen; en este colegio de atrasados mentales, donde el ángel aprende a leer y escribir las leyes que prohíben volar. Aquí, amigo, donde compartimos lo que nos robamos, donde mentimos lo que ignoramos. Hacia aquí venimos. Donde no esperamos a nadie ni nadie nos vendrá a buscar. Aquí, donde vos sos el único brillo que nadie podrá percibir.”

miércoles, 16 de septiembre de 2009

No puedo tragar tanto cemento.

Todavía no entiendo cuál fue el motivo que me llevó a decidir permanecer en este mundo por tanto tiempo. Recuerdo que vine de visita un amanecer y nunca más pude irme de acá. Fue raro… Tuve que esforzarme demasiado para aprender a sobrevivir y cuando creí haberlo conseguido, empecé a sentir sensaciones totalmente desconocidas para mí: escalofríos que me helaban el alma, el pelo, la saliva; temores a quedarme sin algo que amaba tener; vértigo; falta de aire; ganas de gritar, de llorar hasta el hartazgo; sabores amargos en el pecho que me decían que algo de verdad me había dolido mucho; y otra vez miedo… Miedo a saltar, a avanzar, a retroceder, a ser. A pesar de todo eso, me quedé en este mundo, y me alejé de la calle de donde yo venía; la abandoné… Pobre de mi calle, pobre del mundo que dejé atrás para vivir en este encierro al aire libre...
En mi calle la vida era otra cosa, las palabras decían otras cosas. Recuerdo que llegar a la esquina Soledad y Nostalgia era algo tan lindo… Uno iba caminando solo por mi calle y era feliz, seguía avanzando, cruzaba mil esquinas aun caminando solo y seguía siendo feliz. Por estar acostumbrada a ese tipo de cuestiones fue que lloré por primera vez en este mundo: salí caminando sola de mi nueva casa, transitando una calle desconocida pero creyendo que era igual que mi calle; sólo fue necesario llegar a la esquina para notar el peso que llevaba en mis hombros, la falta de ganas de seguir caminando, el dolor punzante en el pecho que me decía que estaba sola y que eso era malo. ¿Cómo podía ser malo caminar sola hasta la esquina en este mundo, con lo lindo que se sentía atravesar las mil esquinas que componían mi calle sin más compañía que mi sombra? Y eso no fue nada; el dolor creció aun más cuando entendí que iba a tener que acostumbrarme a sentir esas sensaciones traicioneras y ya no me iba a ser tan fácil sonreír y ser feliz como cuando habitaba en el mundo que sí me pertenecía. Pero claro, tenía que pagar el derecho de piso acá, como en todas partes.
Hace unos días me escapé un tiempo (no sé cuánto porque en el mundo que sí me pertenece el tiempo no se mide con números) para visitar mi calle. Sabía que no iba a poder irme de este mundo para siempre, pero tenía ganas de verla, de caminar sola allá y ser, de igual manera, feliz; de llorar al escuchar que en la habitación de algún vecino sonaba “Muchacha, ojos de papel” y verme deseando ser esa muchacha corazón de tiza que ya no tiene necesidad alguna de seguir corriendo; de tener la certeza de que un tipo que lee poesías es un buen tipo. Tenía tantas ganas de ver a mi querida calle, de sentir su calidez, sus brazos, su olor a vida… Me escapé de este encierro y fui hasta ella; he aquí la desilusión más grande de toda mi existencia. Mi calle ya no era una simple calle de barrio, alguien me la había robado para ponerle un disfraz que no le quedaba para nada bien. Era ahora una enorme avenida repleta de comercios inútiles, sin vida, sin colores. Donde antes salían de las ventanas versos de Benedetti, ahora había un negocio que vendía temores; donde antes Spinetta saludaba al pequeño ser, ahora había que entregar dinero para comprar utopías; y ni hablar del puestito donde antes uno se sentaba a leer a Oliverio Girondo y el tiempo parecía detenerse en mil atardeceres juntos, sí, ahora había que alejarse de ese sitio para no sentir un vértigo arrasador y despiadado. Pobre de mi calle, miren en lo que estos hombres y mujeres de mierda la convirtieron… Miren en lo que nosotros nos convertimos...

martes, 15 de septiembre de 2009

El lado oscuro del corazón.

-Tengo muy mala memoria. No me acuerdo de vos. Tengo muy mala memoria. ¿Quién eres? ¿El marinero del Torrento star? ¿El astronauta enamorado de Benedetti? No me acuerdo.
-Es importante hacerlo. Quiero que me relates tu último optimismo. Yo te ofrezco mi última confianza.
-La esperanza es tan dulce, tan pulida, tan triste... La promesa tan leve no me sirve.
-Aunque sea un trueque mínimo, debemos cotejarnos.
-No me sirve tan mansa la esperanza. La rabia tan sumisa, tan débil, tan humilde… El furor tan prudente no me sirve. No me sirve tan sabia tanta rabia.
-Estás sola. Estoy solo. Por algo somos prójimos. La soledad también puede ser una llama.
-No me quieras. Por favor, no me quieras. No me quieras. No me quieras...

lunes, 14 de septiembre de 2009

Cinco más Yo, es como decir cuatro.

Mi existencia gira alrededor de cinco personalidades que deciden por mí la mayoría de las veces, sobre todo en los momentos en que lo que menos necesito es que interfieran en mis asuntos. Cuando recién supe de ellas, creí que eran diez; pero enseguida la más alta retrucó enojadísima diciendo que eran cinco y sus respectivos segundos, o extras, o actores de reparto, o no sé qué. En fin, son cinco titulares y cinco suplentes, de esos que responden cuando los protagonistas padecen picos de estrés o aburrimiento.
Al notar que estaban un poco inquietas desde ya hacía unos días, una noche les ordené que se decidieran de qué forma iban a seguir cagándome la vida y agregué que tengan cuidado al responder, porque una vez que eligieran ya no iba a haber vuelta atrás. En realidad lo hice para confundirlas y que, de esa manera, se calmaran un poco, pero resulté ser yo la confundida; con gritos unánimes, las cinco me respondieron: “Por escrito”. Esa fue la segunda y última vez que escuché sus voces. Desde entonces me convertí en una amante de los diálogos escritos.
Volviendo a ellas, mis personalidades habitan en una parte muy visible de mi cuerpo que suelo decorar con anillos. Todavía no he podido descubrir cuál es la función específica de cada una ni tampoco de qué manera se organizaron para distribuirse las tareas que, bien o mal, hacen a diario; pero hay momentos en los que resulta imposible la convivencia de todas en una misma mano, y se pone peor cuando los extras de la otra mano intentan hacer de mediadores para responder por sus respectivos compinches. ¡Tienen un carácter tan difícil de llevar todos ellos!
A veces me siento a ver cómo se pelean, cómo se chocan intentando elaborar un párrafo, cómo se equivocan al responder y se dan cuenta un rato más tarde. Es un espectáculo muy gracioso ver de qué manera se mueven cuando están enojadas, o la forma en la que se deslizan suavemente por el aire cuando sienten que han hecho bien sus tareas y por eso voy a darles la noche libre. Cuando nos conocimos, todas me dijeron sus nombres, pero ya ni los recuerdo; las distingo sólo por sus alturas y sus gustos particulares. Por ejemplo, sé que si un día hablo de amor en mis escritos, es mi personalidad más bajita, la que se ubica en el extremo izquierdo de mi mano derecha, la que ganó al póker la noche anterior y, por lo tanto, en esa ocasión tiene la posibilidad de dirigirme a su antojo; si escribo con odio, es la del extremo opuesto a ésta la que habla por mí, y así pasa también con las demás, aunque ellas tienen tareas menos específicas, creo. No sé… En realidad son puras hipótesis; todavía no logro descifrar sus comportamientos. Hoy, sinceramente, no sé cuál de todas tiene la delantera, pero tengo la certeza de que hace un tiempo que se están llevando mejor, ya no discuten tanto.
Hoy bailan de una manera tan sensual, tan suave… Se mueven con una liviandad muy placentera, casi indescriptible.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Despabilate, amor.

Te van a mirar y a suplicar mil veces que crezcas, que no seas inmaduro, que te conviertas en un hombre. Y, definitivamente, vas a crecer, a dejar de ser inmaduro y a convertirte en un hombre.
Después te van a pedir que seas un hombre responsable, inteligente y razonable. Y vas a volverte un hombre serio.
Pero es necesario que, ahora que todavía es temprano, descubras que cuando uno comienza a ofrecer, es poco probable que los demás dejen de exigir; por lo tanto, más adelante también vas verte convertido en un hombre fiel, cariñoso y atento. Y así tu vida, poco a poco, va a continuar, entre súplicas y órdenes ajenas. Y es en ese punto donde, definitivamente, no va a existir lugar alguno para mí en tu historia. Yo, con toda mi aparente inmadurez y mi locura aun conmigo, también voy a acercarme a decirte que voy a necesitar algo de vos. Mi pedido no va a ser en forma de orden, tampoco de súplica; sólo va a ser un simple pedido. Yo voy a necesitar que, a pesar de todo, me quieras.
Vos, que ya vas a ser un hombre -y además serio-, no vas a poder con él. Vas a pensar que pretendo demasiado; que te estoy pidiendo mucho. Y algún día vas a descubrir que el tiempo que te llevó atender todas las demás súplicas y órdenes, no va a volver a darte la revancha; no va a aceptar retroceder sobre sus pasos para darte la libertad de poder elegir nuevamente en qué clase de ser convertirte. Es por eso que, como buen hombre serio, razonable y fiel, no vas a entender nada y todo va a parecerte demasiado injusto. Y es por eso que vuelvo a aconsejarte desde la parte más sincera de mi mente, que no te quedes conmigo.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Cortázar, Julio Florentino.

Qué maravillosa ocupación cortarle la pata a una araña, ponerla en un sobre, escribir Señor Ministro de Relaciones Exteriores, agregar la dirección, bajar a saltos la escalera, despachar la carta en el correo de la esquina.
Qué maravillosa ocupación ir andando por el bulevar Arago contando los árboles, y cada cinco castaños detenerse un momento sobre un solo pie y esperar que alguien mire, y entonces soltar un grito seco y breve, girar como una peonza, con los brazos bien abiertos, idéntico al ave cakuy que se duele en los árboles del norte argentino.
Qué maravillosa ocupación entrar en un café y pedir azúcar, otra vez azúcar, tres o cuatro veces azúcar, e ir formando un montón en el centro de la mesa, mientras crece la ira en los mostradores y debajo de los delantales blancos, y exactamente en medio del montón de azúcar escupir suavemente, y seguir el descenso del pequeño glaciar de saliva, oír el ruido de piedras rotas que lo acompaña y que nace en las gargantas contraídas de cinco parroquianos y del patrón, hombre honesto a sus horas.
Qué maravillosa ocupación tomar el ómnibus, bajarse delante del Ministerio, abrirse paso a golpes de sobres con sellos, dejar atrás al último secretario y entrar, firme y serio, en el gran despacho de espejos, exactamente en el momento en que un ujier vestido de azul entrega al Ministro una carta, y verlo abrir el sobre con una plegadera de origen histórico, meter dos dedos delicados y retirar la pata de araña, quedarse mirándola, y entonces imitar el zumbido de una mosca y ver cómo el Ministro palidece, quiere tirar la pata pero no puede, está atrapado por la pata, y darle la espalda y salir, silbando, anunciando en los pasillos la renuncia del Ministro, y saber que al día siguiente entrarán las tropas enemigas y todo se irá al diablo y será un jueves de un mes impar de un año bisiesto.

sábado, 22 de agosto de 2009

Palabras de un espejo empañado.

Hoy me pasé la tarde cavando un pozo hondo; lo más hondo que pude. Deseaba meter mi cabeza ahí, y esperar… Solamente esperar a que termine de soñar absurdos. Prometí que me iba a quedar quieta, sin alborotar a ningún insecto ni animal terrestre, fingiendo que era un mueble más del living, un elemento más del paisaje, un cigarro más del paquete. Les juro que pensaba cumplir mi promesa así fuera lo último que hiciera. Estaba dispuesta a respirar polvo el tiempo que fuera necesario; sólo pretendía dejar de soñar un rato, intentar evitar que el temblor me haga temblar también a mí. Únicamente quería desaparecer, esconderme en las tinieblas de todas las memorias del mundo, dejar de sentir y, sobre todo, de pensar; detener toda actividad mental; parar todos los relojes del universo, y gritar. Gritar con todas las voces que descansan en mi interior, abrirles por fin el ventiluz de mi alma para que hagan estallar todos los oídos del planeta con sus bramidos de desacuerdo. Quería todo eso, y a la vez no quería nada…
El cobarde que habita en mí, y al que creí ya no temer, quiso ser protagonista en esta parodia de novela barata, y me obligó a actuar como una imbécil. Me pasé la tarde haciendo un pozo que luego rellenaron con un solo soplido, convirtiendo mi arduo trabajo de excavación en un tiempo tirado al riachuelo. ¿Por qué no me avisó antes que no podía esconderme en la tierra? ¿Por qué tuvo que esperar a verme los ojos hinchados, las manos sangrando y el pecho oprimido hasta el hartazgo? ¿No hubiese sido más fácil haber acabado conmigo antes, para llevarse mi cuerpo intacto siquiera? Qué cobarde, qué inhumano ser habita en mí…
El reloj que marca el espiralado tiempo que perdí me da vuelta la cara. Ya no quiere saber nada de mí; no está dispuesto a seguir marcando fracasos con sus agujas de ron aguado. Y lo peor es que yo no puedo dejar de girar; estoy en medio de un tornado que, según dicen, lo último que tiene es clemencia. Y tengo miedo de que la sangre de mis manos me manche la ropa, la cara, el pelo… Tengo miedo de sangrar de más.

lunes, 17 de agosto de 2009

Ser.

Andrés había aprendido a no arrepentirse nunca. Por lo tanto, jamás se disculpaba con nadie. Sus actos y decisiones para él no estaban ni bien ni mal. Sólo hacía lo que sus ganas le suplicaban, sin importar cómo terminara todo. No es que fuera un tipo duro ni complicado, sino que durante toda su vida se había entrenado para convencerse de que su único centro era él mismo. Así es que no temía lastimar a nadie; no lo pensaba, directamente. Estaba absolutamente convencido de que a la hora de actuar, no había otra opción que actuar, sin pretextos.
Yo me crucé con él cuando todavía era un bebito inocente, enamorado de los aviones a chorro. Bueno, en realidad era un bebito de 17 años; quizás no tan inocente ni tan pequeño, pero era Andrés, el que se entrenaba para sobrevivir. Yo tenía 23 años, pero me creía mayor; entonces me había convertido en el dueño mayoritario de un bar sombrío, repleto de humo por las noches y con olor a mugre durante el día, cuando lo azotaba el sol. Apareció una de esas noches de fumata descontrolada, y se acercó a la barra a buscar con qué borrar un fracaso de su mente. Le ofrecí vodka puro y me quedé a interrogarlo un rato. Me llamó la atención su barba; supuse que pretendía dejársela larga como los cantantes de las bandas que admiraba e intentaba imitar.
De todas las preguntas que, con el disimulo que sólo la curiosidad puede tener, le hice, sólo respondió tres o cuatro; cuando le parecía que era inútil mover los labios para contestarme, se limitaba a jugar con el segundo vaso de vodka que yo mismo le había servido. Y, como adelanté antes, no sentía ni un gramo de compromiso hacía mí; no tenía obligación alguna de responderme, y lo sabía bien. De todos modos, cuando hablaba regalaba verdades absolutas. Sólo gracias a eso me enteré lo que líneas atrás compartí con ustedes sobre él.
Me contó que era feliz, que tenía todo lo que tiempo atrás había deseado, pero que la popularidad lo había convertido en un solitario empedernido. Yo lo miraba como si la bebida le hubiera pegado fuerte y estuviera desvariando; no lograba entender de otra forma la antagonía de sus palabras. ¿Cómo ser popular podía hacer a uno elegir estar solo? Era una idiotez. Se lo dije y le pedí perdón luego.
“Sí -me dijo-. Es así. ¿Siempre hay tanto humo?”. Cambió de tema en seco. Sé que le molestó que le pidiese perdón, pero hasta ese momento yo no sabía a quién estaba interrogando.
Pasé el resto de la noche lanzando comentarios que Andrés nunca contestó. Sólo habló para pedirme la cuenta antes de irse, ya entrando la mañana y resurgiendo el olor a mugre en el bar. En él conocí el peso de la inocencia que yo ya había perdido al creerme más grande; era agradable tenerlo ahí sentado, jugando con el vaso, intentando olvidarse de que había fracasado (aunque nunca me dijo por qué).
No sé, fue raro conocerlo y no volver a verlo más. ¿Seguirá teniendo barba?

sábado, 15 de agosto de 2009

Lo posible es más posible ahora.

Esta es la primera producción de NofuefaciL Producciones. Comparto con ustedes mi enorme orgullo por ser parte de este grupo que mejor no puede ser.

viernes, 14 de agosto de 2009

Más de dieciocho, menos de veinte.

Mi rechazo hacia los cumpleaños surgió cuando tuve mi primer encuentro con la hipocresía de la gente. No recuerdo la edad exacta, pero sería alrededor de mis 12 años (edad en la que, entre otras cosas, uno comienza a caer en los absurdos estereotipos que crean los idiotas, y se hacen demasiado populares como para tener una explicación lógica; entre ellos, el saludo con un beso en la mejilla que, de hecho, la mayoría de las veces es un beso al contaminado aire que nos rodea, con un leve desvío, producto de la existencia de la mejilla opuesta a la nuestra de quien también besa el aire, simulando que nos besa a nosotros). En fin, como les decía, más o menos a esa edad empecé a no querer cumplir años. Las personas se revolucionan para esas fechas, comienzan a perseguirte, a querer robarte carcajadas, a decirte que te quieren y todas esas mierdas que me hacen poner de mal humor; sobre todo porque me molesta el hecho de que lo hagan creyendo que así me complacen, cuando, en realidad, me irritan. No voy a negar que de todos modos a veces me reconforta que se acuerden que un día como ese nací; pero tampoco la pavada. Volviendo a lo de la hipocresía, es cierto; gran parte de quienes te saludan para esa fecha, lo hacen para no quedar mal (yo misma me he puesto ese disfraz); la envidia sale en forma de llamas por sus ojos mientras te escriben un puto mensaje diciendo “que la pases lindo”. En realidad yo estoy al tanto de todo esto, y sé a quienes odiar y a quienes agradecer por tomarse la molestia.
La mayoría de mis amigos o conocidos saben que para mí el día de mi cumpleaños no sólo es un día más, sino que es un día frustrante (debido a lo que ya cité antes) y que siempre encuentro la excusa perfecta para desaparecer un rato o, si la suerte está de mi lado, escaparme el día entero. Sin embargo, a pesar de que lo saben, les molesta que mi actitud siempre sea la misma a la hora de la llegada de una fecha “especial”: decir que no es más que un día comercial o un día más. La verdad es que me cago en todas las fechas, para mí los días son sólo días, y a veces quisiera que nada de eso existiera, al igual que los relojes. Pero cada vez que digo una estupidez como esa, alguien me retruca señalando que las cosas están bien como están y que me calle. Cabe aclarar que me callo por aburrimiento, no por el peso de una orden tan ilógica como esa.
La melancolía pre-cumpleaños me ha pegado tantas patadas en la cara que, al verme mirando el abismo un par de veces, alguien que prefiere vivir bajo el telón del anonimato me explicó por qué todos repetían que la pase bien en MI día. Yo me irritaba más aún cuando escuchaba o leía eso de MI día. Este profeta anónimo que mencioné, me confesó que el día de mi cumpleaños era mi único capital. El día que llené mis pulmones de aire por primera vez, un 14 de agosto, me hice dueña de lo único que valía la pena hasta ese momento: una fecha con la que me iba a relacionar hasta que las garras de la puta muerte liberen mi alma. Recién ahí entendí un poco toda esta mierda de los aniversarios y demás.
Ahora sé que realmente todos los 14 de agosto de cada año sumo un bien más a mi propiedad privada carente de bienes materiales. Ya llevo 19…

miércoles, 12 de agosto de 2009

Con un nivel de cursilidad demasiado engreído.

Prendo un cigarrillo para besarte. Me pierdo en el humo, que no es tu boca, pero es algo. Te elijo así, hecho humo, con sabor a sensaciones ausentes; con cosquillas sin manos; con rostro de aire.
El viento hace lo suyo y, poco a poco, me quedo nuevamente sin vos. Dejando reposar el cigarrillo entre mis dedos, me quedo sin vos. Y entonces descubro que te besé poco, y que no me besaste nada.
El sabor a ausencia cubre mi boca. Pareciera que realmente me hubiese perdido en tus besos, pero no. Sólo imaginé que te besaba, y que te escurrías otra vez de mis manos, deslizándote con el viento entre mis dedos, y que te perdía. Sólo imaginé que eras vos, aunque no eras el vos que sos a diario, sino que eras el vos que nunca fuiste, el vos que me sedujo sin ser él mismo, el vos que me invento.
El humo deja huellas de su existencia en la yema de mis dedos, tu piel que no es tu piel dejó su olor en mi piel (que sí es mi piel). Te huelo, mil veces te huelo, y sos vos. No hay dudas de que sos vos. Pero no sos vos; es la distancia hecha humo en mi boca, y ahora en la yema de mis dedos.
Hago un pacto con mi personalidad menos tolerante y consigo sacar el permiso preciso para dejarte en lo que queda de mi boca sin tu boca, y en la yema de mis dedos. Seguís en mí. Tu vos que no sos vos se queda con mi yo más real.
Es la terrible paradoja de besarte mientras no estás.

sábado, 1 de agosto de 2009

Gracias (muchas), Oliverio.

Yo no tengo una personalidad: yo soy un cocktail, un conglomerado, una manifestación de personalidades. En mí, la personalidad es una especie de forunculosis anímica en estado crónico de erupción; no pasa media hora sin que me nazca una nueva personalidad. Desde que estoy conmigo mismo, es tal la aglomeración de las que me rodean, que mi casa parece el consultorio de una quiromántica de moda. Hay personalidades en todas partes: en el vestíbulo, en el corredor, en la cocina, en el W.C...
¡Imposible lograr un momento de tregua, de descanso! ¡Imposible saber cuál es la verdadera! Aunque me veo forzado a convivir en la promiscuidad más absoluta con todas ellas, no me convenzo de que me pertenezcan. ¿Qué clase de contacto pueden tener conmigo – me pregunto- todas estas personalidades inconfesables, que harían ruborizar a un carnicero? ¿Habré de permitir que se me identifique por ejemplo con este pederasta marchito que no tuvo ni el coraje de realizarse, o con este cretinoide cuya sonrisa es capaz de de congelar una locomotora? El hecho de que se hospeden en mi cuerpo es suficiente, sin embargo, para enfermarme de indignación.
Ya que no puedo ignorar su existencia, quisiera obligarlas a que se oculten en los depliegues más profundos de mi cerebro. Pero son de una petulancia... de un egoísmo... de una falta de tacto...
Hasta las personalidades más insignificantes se dan unos aires de transatlántico. Todas, sin ninguna clase de excepción, se consideran con derecho a manifestar un desprecio olímpico por las otras, y naturalmente, hay peleas, conflictos de toda especie, discusiones que no terminan nunca. En vez de contemporizar, ya que tienen que vivir juntas, ¡pues no señor!, cada una pretende imponer su voluntad, sin tomar en cuenta las opiniones y los gustos de las demás. Si alguna tiene una ocurrencia, que me hace reír a carcajadas, en el acto sale cualquier otra, proponiéndome un paseíto al cementerio. Ni bien aquélla desea que me acueste con todas las mujeres de la ciudad, ésta se empeña en demostrarme las ventajas de la abstinencia, y mientras una abusa de la noche y no me deja dormir hasta la madrugada, la otra me despierta con el amanecer y exige que me levante junto con las gallinas.
Mi vida resulta así una preñez de posibilidades que no se realizan nunca, una explosión de fuerzas encontradas que se entrechocan y se destruyen mutuamente. El hecho de tomar la menor determinación me cuesta un tal cúmulo de dificultades, antes de cometer el acto más insignificante necesito poner tantas personalidades de acuerdo, que prefiero renunciar a cualquier cosa y esperar que se extenúen discutiendo lo que han de hacer con mi persona, para tener, al menos, la satisfacción de mandarlas a todas juntas a la mierda.

martes, 28 de julio de 2009

Mi personaje soy yo.

Estimados señores serios:
Me dirijo a ustedes de esta forma tan cordial, porque sé que sus mentes retorcidas van a quedar muy satisfechas si lo hago de esta forma. Felicítense a ustedes mismos, por haber logrado que un indeseable ser como yo, se haya cargado de respeto y cordura una vez en la vida y, sobretodo, para dirigirse a una sociedad tan selecta y respetable como la que todos ustedes tienen el placer de integrar. Ahora los felicito yo, señores, por tener el coraje que tienen para salir a la calle todos los días y pavonearse por ahí con cara de satisfechos. De verdad los felicito. Hay que tener realmente cara para ser tan ignorantes. Yo no podría, sinceramente. Y les explico por qué no podría: como verán, mi vida es bastante libertina y me equivoco a cada paso que doy, me tomo las cosas a la ligera y no aspiro a nada más que a tener a alguien al lado, dispuesto a llenarme de placeres vacíos. Durante toda mi trayectoria, que espero hayan seguido, me llené la boca contándoles mi verdad, siendo una auténtica despechada, y nunca intentando comprarlos con cuentos chinos. Mi autenticidad es lo único que de mí vale la pena -eso a ojos de todos ustedes, por supuesto-. La verdad es que podría haberles mentido en cada ocasión, compartiendo desgracias con ustedes, o noticias que podían llegar a ver en cualquier otro lado o, simplemente, podría no haber existido nunca. Pero decidí que todos merecemos la oportunidad de ser tenidos en cuenta y de saber que alguien está dispuesto a decirnos algo, a confesarnos algo, a intentar hacernos ver algo que no podemos por nuestra cuenta o que, simplemente, escapa a lo que vemos en todos lados o escuchamos por ahí, de boca de alguna vecina chismosa. De todos modos, nunca me creí imprescindible. Me pareció justo estar en la última página, como para no obligar a nadie a que se enterara de mi existencia. Al parecer, se lo han tomado muy a pecho y muchos han decidido ignorarme, sin siquiera detenerse a pensar por qué yo estaba ahí, en la última página cada vez, en forma de texto expresivo, redactado de una manera distinta a todo lo demás, más libre, más profunda, menos comercial. La verdad es que siento mucha pena, por ustedes y por mí. Por mí porque me decepcionaron, otra vez. Y por ustedes por ser tan ciegos y egoístas. Es una lástima que se quieran adaptar sin ofrecer ningún tipo de resistencia, que no valoren que alguien está esforzándose y dejando sus cosas de lado para intentar explicarles que suelen estar muy equivocados, para que dejen de ser tan cerrados, para que no se estupidicen con el miedo que les meten los medios todos los días, para que sepan escapar del bombardeo de mentiras que no hace más que convertirlos en unos títeres consumistas. Es una verdadera lástima que prefieran leer desgracias.
Puedo ser alguien ficticio, pero no se olviden que atrás mío hay alguien de verdad, que también intentó hacer algo por ustedes.
Vuelvo a ser yo… Perdonen lo efímero de mi cordialidad, pero no estoy segura de que la merezcan. Mis historias delirantes llegaron a su fin, me agotaron, me mataron de a poco y aunque intenté resistir, no pude. Por suerte todavía tengo la locura suficiente para pensar con frialdad y decirles, queridos y estúpidos miembros de esta hipócrita sociedad de fracasados satisfechos, que no los soporto.

Saluda a ustedes muy atte.

Julieta Morini.

sábado, 18 de julio de 2009

¡Próximamente!

No fue fácil agarrar un par de hojas para escupirte esta verdad. No fue fácil porque cuando uno se dispone a escribir, tiene que tener el valor de llenar los espacios. Pero vos te merecés enterarte; vos, que nunca fuiste como todas. Vos que vas a ser la única en saberlo y no va a significarte nada. Vos que siempre entendiste toda esta mierda y ni siquiera te dignaste a intentar explicármela.
Me acuerdo de lo fácil que hacías todo. Era fácil despertarse todos los días sabiendo que, a más tardar, a las 3 ibas a discar mi número. “Che, gil, ¿qué esperás para venir?”, y después de eso empezaba mi día, solamente después de eso. Era fácil saber que un rato más tarde ibas a seguir estando en tu casa, esperando a que yo llegue con el pucho en la mano. Pero lo difícil era llegar. No porque tu casa me quedase lejos, sino porque había que tener huevos para pararse en tu puerta y golpear, sabiendo que estabas del otro lado, con toda tu simpleza. Esa simpleza que me hacía sentir tan estúpido al lado tuyo.
Yo siempre fui un tipo raro, de esos que no pueden ver una plaza llena de gente, de los que se encierran para odiar a todos, de los que se miran al espejo para escupirse, de los que nunca se enamoran de nada. Pero, sin embargo, todos los días te atendía y te invitaba a no dejarme tan solo. Vos no aceptabas, claro, vos también tenías lo tuyo. Me llamabas nada más que para verme parado en tu puerta, con un pucho en la mano, deseando que me contaras algunas de tus teorías locas sobre el mundo. Pero sé que te gustaba verme. Nunca me lo dijiste, ni yo a vos, pero era bueno lo que teníamos.
El tiempo era una pulseada fácil de ganar estando con vos. En el bar de los viernes siempre eras una más del grupo. Mis amigos estaban acostumbrados a que interrumpas nuestras charlas de hombres con tus manos de muñeca, pero es que vos no eras como todas, vos nunca fuiste como todas. Sólo por eso estabas conmigo.
Recuerdo la noche en que fui a tu casa a decirte que me iba. Era raro que fuera sin avisar, pero la necesidad de abandonar todo tampoco me había avisado que llegaría a mí esa misma noche. No pude mirarte a la cara, ni vos me lo exigiste. En el fondo los dos sabíamos que algo así iba a pasarnos, pero yo siempre creí que eras vos la que se iba a ir una mañana –recuerdo que era el momento que más te gustaba del día; la mañana-; nunca imaginé que iba a ser yo el que subiera al micro para no volver hasta hoy. No te gustaban las despedidas, ni los escándalos, ni tampoco los planteos. Eso era lo que más me gustaba de vos. No me pediste ninguna explicación aquella noche, ni se te cayó una lágrima siquiera. Como te dije antes, vos eras la única que entendía esta mierda. Yo sólo era un títere más del mundo.
Hoy volví, no espero encontrarte en alguna esquina, pero sé que vos seguís acá todavía. Vos pudiste soportar la falta de aire, vos creciste acá. Yo me fui, pero no dejé de ser un títere. El valor que antes me esforzaba para juntar y golpear tu puerta, ya no me alcanza. Mañana es mi cumpleaños número 21. Ya casi soy mayor de edad. Mañana es mi gran día; voy a dejar de ser un títere. Mañana voy a convertirme en el cobarde más valiente que he conocido. Mañana voy a tener lo que tanto anhelé siempre: voy a ser mayor de edad, voy a poder decidir qué hacer con mi vida. Por eso te estoy escribiendo ahora, un día antes, para contarte a vos y únicamente a vos, la verdad: mañana, el día de mi cumpleaños número 21, por fin voy a tomar una decisión de verdad importante. Mañana voy a acabar con mi vida.

domingo, 12 de julio de 2009

La única verdad sobre mí.

En mi pecho habita un enano de ojos quisquillosos. A veces nos agarramos de los pelos, pero en mis días más sinceros suelo admitir que es el mejor enano que la suerte pudo haber abandonado en mí; es que él es un combo agridulce realmente admirable. Muchos imbéciles intentaron engañarme diciendo que no hay ningún enano en mi pecho, que hay un corazón y no sé qué otras falacias, pero no pienso caer en sus jueguitos. Mi amigo de alma gigante y cuerpo pequeño y yo sabemos la verdad.
Como les contaba, en varias oportunidades pienso seriamente en la idea de echarlo a patadas para librarme de una vez de su intachable figura, pero después de un rato él pulsa el botón preciso y mi crueldad se tira a la banquina, entonces le dejo una última advertencia y me retiro a ocuparme de mis cosas; y el enano recupera el sitio que nunca perdió en el lado izquierdo de la profundidad de mi ser. La verdad es que es su culpa que discutamos tanto; somos muy distintos: él disfruta haciéndome los planteos que jamás le permití a nadie y yo –seamos sinceros- siempre circulo con la paciencia al límite. De todas maneras, hace vario tiempo que morimos juntos cada noche, por lo que ya no andamos con misterios ni perdones; nuestra relación es descomunalmente madura para lidiar con ese tipo de pavadas. Aún así, a veces lo entiendo: sus valores son demasiado elevados para mi persona y yo uso constantemente un disfraz que oculta la ciclotimia más severa que conocí en mi vida.
Cada vez que me embriago de estupidez y liquido besos en la esquina más libertina de mi barrio, un puñal cargado de decepción atraviesa el pecho de mi pobre enano; lo sé porque no me habla por una semana después de eso. Por más que le suplique que almuerce conmigo cada mediodía, él elige seguir durmiendo; duerme siete días corridos y sueña con tener más sueño al mediodía siguiente para no recurrir a excusas falsas por dejarme ingiriendo chatarras sola. No actúa así por egoísta o traicionero; como dije, él es un ser con una transparencia admirable y, sí, habita en mi pecho.

lunes, 29 de junio de 2009

Así empezó todo.

Hace unos días advertí, por fin, que ya no todo estaba bien como estaba. Nunca había tenido certeza, de todas maneras, de que las cosas estuvieran bien. Sin embargo, en un instante la tuve, pero de la parte negativa: descubrí, muy a mi pesar, que me encontraba en una horrible meseta. Una meseta de esas con todas las letras, que no van ni para atrás ni para adelante. Y me asusté. Pero después sentí algo mucho peor que el miedo, me di vergüenza de mí misma. Y pensando, o queriendo creer, que nadie más que ese fiel seguidor del destino lo había notado, callé. Me quedé un rato quieta, como para no “levantar la perdiz” y que los demás no descubrieran lo mediocre que yo misma había llegado a ser. Entonces, en ese estado inerte, mis horas se esfumaron pisando fuerte, pero no quise escuchar sus pasos. Cuando desperté, ya no había nadie. O si, por una de esas casualidades, sentí alguna presencia, no dudé en ignorarla. Y es que estaba perdida. Él me había prometido enseñarme tantas cosas y, cuando quise aprender, ya se había ido. Se había escapado de no sé qué.
Fui yo la que tardé en hacerle notar que estaba aprendiendo y por eso no lo supo. Podrán imaginar lo que fue para mí ver que él se estaba rindiendo sin siquiera haber comenzado a luchar. Pensé en hacerlo yo también, pero algo me lo impidió. Fue el mundo; el desértico e ignorante mundo del que yo odiaba formar parte. “Si me rindo, voy a terminar como mi detestable entorno”, pensé. Y la sola idea de ésto dio vuelta mi cabeza.
Era hora de ingeniármelas para quebrar el precioso y nocivo cristal que me envolvía desde siempre. Y no es que no me hiciera las cosas más fáciles o gratas vivir dentro de él, pero, como dije antes, ya no todo estaba bien. Me sentía tan impotente y triste al ver que todo en la vida era tan relativo; me dolía tanto verme tan sola y tan acompañada (o rodeada) a la vez. Y es que habitaba un desierto de significados, de gente. Nada de lo que tenía sentido para mí, lo tenía para el resto. Y eso que yo me esforzaba en mostrarles mi cielo, pintado con diez mil lunas. Pero nadie las veía, ni siquiera a una de ellas. Me hubiese gustado tanto que alguien me venga a hablar de amor, que alguien intente convencerme de que de verdad es algo que vale la pena. Pero nadie se acercó, ni siquiera me lo gritó de lejos. Bajé la cabeza, decepcionada de todo, y seguí. ¡Qué feo fue descubrir que viví toda mi vida una mentira! ¡Qué feo que era verlo poner excusas a él -justamente a él- que había sido el elegido para lograr en mí lo que su antojo le dictase!
¡Qué feo era verlo “apartarse del mundo para no contaminar a nadie”! Y qué feo era, sobretodo, que yo formara parte de ese mundo...
Es que yo me había esforzado tanto por rechazarlo, por no quererlo, por cansarlo. Y él se había esforzado tanto por demostrarme que todos mis intentos de alejarlo no servirían de nada, que ahora me sentía demasiado decepcionada al vernos escapar uno del otro.
Estúpido destino que pretende llamar la atención y hacerse notar todo el tiempo. Como si alguien fuera a tratar de ignorarlo. Hasta eso me había salido mal. Pero tenía un punto a mi favor: había abierto los ojos. Y eso no era poca cosa. El mundo estaba a mis pies -y lo está- dispuesto a que haga o deshaga a mi antojo. Y yo estoy dispuesta a ganarme las cosas. Y a saborearlas, sin títulos…



NOTA: Hurgando en las tinieblas de mi memoria -entre mis escritos- encontré este texto. Recuerdo haberlo hecho para que alguien lograra ponerse en mis zapatos. Me guió para plantearme un nuevo objetivo que hasta ese entonces me daba igual: que los demás entiendan lo que quise decir.
No recuerdo la fecha exacta, pero debe tener alrededor de un año.

miércoles, 17 de junio de 2009

Oliverio Girondo.

No sé, me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme! Esta fue -y no otra- la razón de que me enamorase, tan locamente, de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos? ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo y sus miradas de pronóstico reservado? ¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba de comedor a la despensa. Volando me preparaba el baño, la camisa. Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando, de algún paseo por los alrededores! Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado. "¡María Luisa! !María Luisa!"... y a los pocos segundos, ya me abrazaba con sus piernas de pluma, para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera..., aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas! ¡Qué voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes... la de pasarse las noches de un solo vuelo!Después de conocer una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que no hay una diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando.

viernes, 12 de junio de 2009

Libertina soledad.

Había sido una noche larga, de esas de las que cuesta recuperarse, y en eso andaba el gran artista en el mediodía de otro lunes del montón. La soledad del día anterior lo había dejado sin fuerzas. Sentía su cuerpo demasiado liviano, como si hubiese dejado olvidada una parte de él en su mesita de luz, junto a la botella de whisky importado -ahora vacía, por supuesto-. Caminaba por las veredas repletas de la ciudad de Rosario cuidándose de que nadie más que él se percatara de su liviandad, dando así rienda suelta a los potros salvajes de su paranoia. Creía recordar que había abandonado su puesto de amo de casa para dirigirse hacia un lugar en particular, pero le costaba horrores ubicar el sitio en el mapa de su mente, por lo que seguía avanzando en línea recta sin reparar en el hecho de que no tenía la menor idea de dónde iba a cesar su trayecto.
Llevaba cuadras y cuadras tarareando la última melodía que había compuesto para compartir con el resto de los integrantes de su precaria bandita. Porque eso es lo que eran ese puñado de bohemios sin futuro a los ojos de la gente seria, una insignificante bandita. Pero lo que pensaran los demás de ellos, al gran artista le daba igual. Él era uno de esos hombres que saben realmente ver, y no que se conforman con sólo mirar por arriba del hombro ajeno, como la mayoría.
Como estaba diciendo, este buen hombre llevaba cuadras y cuadras tarareando su última melodía, tan ensimismado como le era posible, escuchando todo y percibiendo nada a la vez. En un momento casi cae de rodillas al piso, al tropezar con una baldosa levantada de la que no se hubiese percatado si ésta no hubiese atentado contra el dedo gordo de su pie izquierdo. Se dio vuelta para maldecir a la inerte agresora y entonces distrajo su atención el ruido de una puerta al abrirse, seguido del suave murmullo que cantó en sus oídos unos segundos después. Lo primero que vio, al reparar en quienes estaban abandonando un negocio de cacharros viejos, fue una melena oscura, más enmarañada que la suya.
Detenido en medio de la nada embaldosada, clavó su vista en la portadora de los ojos más negros que había contemplado hasta ese entonces -ojos que combinaban a la perfección con la melena de sus sueños-. La mujer que acababa de interrumpir sus maldiciones, al abrir la puerta del negocio de cacharros viejos para salir al vacío mundo de los artefactos siempre nuevos, parecía estarlo mirando también y este hecho lo extasió.
Durante unos instantes el gran artista fue otra persona. Le habló por primera vez a la mujer de su vida, le contó de su existencia, hasta la invitó a quedarse con él para siempre y a ocupar el lado derecho de su cama cada noche. Dijo tantas cosas que ni él podía creerlo y sonrió muchas veces, se rió a carcajadas de su suerte. Abrió la boca como si fuera a decir algo más, pero no pudo pronunciar palabra alguna porque la realidad vestida de multitud lo empujó hacia la calle y un mal conductor, tan sorprendido como él, liberó su alma para siempre.

domingo, 7 de junio de 2009

Coincido con vos.

Últimamente todo tiene que ver con todo. Las coincidencias aterrizan a diario en mi vida y yo disfruto señalarlas con el dedo; es más, deseo encontrarlas en cada situación. Alguna que otra vez se hacen esperar y mi ansiedad de creerme una mina inteligente me desborda, pero cuando llegan… ¡Cuando llegan es carnaval! Mi sexto sentido se regocija de satisfacción y el día, de repente, adquiere valor.
Intercambiando historias con una vieja conocida, resurgió de las tinieblas de mi memoria una anécdota que, en su momento, no fue más que un motivo de burla para todos los imbéciles que estábamos presentes. Éramos un puñado de pendejos que andábamos siempre juntos perdiendo el tiempo. Los más centrados nos manteníamos últimos, mientras que los insoportables graciositos encabezaban las hileras, y se encargaban de desquiciarnos en cada salida. De no haber sido porque carecíamos totalmente de organización, hubiésemos sido las figuritas repetidas de aquél verano; pero todos, aunque sin notarlo, estuvimos de acuerdo en dejarles el puesto a otros más imbéciles que nosotros. En fin… Una noche estábamos todos juntos en el cumpleaños de alguien que prefiero no recordar y, ya aburridos de los buenos modales, los punteros comenzaron a depositar sus falencias en los demás invitados.
- Miralo al gordo esperando la torta. ¡No piensa en otra cosa el loco ese!
- Dejalo, pobre gordo, se consuela comiendo. Si no levanta ni polvo… - Y las risas se esparcían por el garaje- comedor.
Yo me recuerdo muy absorta en mis pensamientos, sin intervenir en nada, pero dejando escapar de a ratos alguna risita ahogada. No acotaba, pero era tan culpable como ellos. El gordo recibió algunas críticas más, y mis compañeros de entonces se sintieron satisfechos de su viveza. Sin embargo, el gordo era muy poca cosa para pasarse el resto de la noche hablando de él, así que resultaba de vital importancia encontrar otro chivo expiatorio. Unos minutos reinó el silencio en el grupete, hasta que el más despierto dijo:
- Y el flaco ese ¡qué se cree que tiene al lado! Mirá… mirá cómo la abraza. No la deja en paz ni un minuto.
- Bueno, la mina no es la gran cosa, pero él… Miralo a él. Encima de pesado, feo- Acotó la dama más hermosa del lugar que, dicho sea de paso, también disfrutaba mucho hablar de los demás.
Cuando vi de quiénes se trataba, no pude evitar escupir una risita. Era cierto, esos dos no se separaban nunca. Él era un chico del montón: morocho, ojos oscuros, cara de nunca entender nada. Ella emanaba simpleza también, pero de una manera distinta. Parecía que siempre esperaba algo que la sorprendiera de su novio y, aun después de mucho tiempo juntos, seguía sonrojándose cuando él la besaba o susurraba palabras en su oído (cosa que ocurría con muchísima frecuencia, como bien lo habían notado mis amigos).
- A que no te animás a preguntarle por qué la quiere tanto- Le propuso la dama más hermosa del lugar al más despierto, no sé si con un tono burlesco o esperando realmente que lo haga. Pero este indocto, envalentonado por las ovaciones de todos nosotros, se acercó a la feliz pareja que, seguramente, cuchichiaba alguna intimidad y, dirigiéndose a quién llevaba los pantalones de la relación, dijo:
- Acá con mis amigos tenemos una gran intriga que solamente vos podés sacarnos – El muchacho levantó la vista con amabilidad; pero, presintiendo que iba a ser necesario adoptar una actitud defensiva al instante, se separó de su novia y lo miró directamente a la cara. “Te escucho”, le dijo. El más despierto notó el cambio en el otro y cuando habló, lo hizo ya sin burla alguna en la voz. No sé si los demás lo percibieron, pero yo me di cuenta de que ya no sentía ganas de preguntarle nada. De todos modos, para ser más hombre todavía, nos miró y luego volvió la vista al entrevistado de la noche.
- ¿Por qué la querés tanto, chabón?- dijo, y su voz recuperó la fuerza y la viveza de siempre.
Una ola de carcajadas estalló en el lugar; incluso recuerdo yo también haber simulado que me causaba mucha gracia la desfachatez de mi amigo. El entrevistado, entre tanto, seguía con su cara de nunca entender nada. Pero, igualmente, nos miró a todos, luego fijó la vista en el más despierto y respondió:
- La quiero tanto, como decís vos, porque ambos sabemos que cualquiera puede ofrecerle más que yo; pero, sin embargo, ella elige abrazarme a diario.
Los estúpidos rompimos en carcajadas aun más forzadas que la primera, y el señor y su novia se fueron, dejándonos como el puñado de imbéciles que siempre fuimos. Nosotros éramos los que no entendíamos nada, pero nos daba igual.
El cumpleaños terminó y todos nos olvidamos del asunto. Es posible que mis compañeros de entonces nunca lo hayan vuelto a recordar. No lo sé, porque hace tiempo que ya no soy desquiciada por los primeros de la fila mientras camino mirando sus espaldas. Pero yo sí lo hice. Y en el momento en que lo compartía con esta vieja conocida que nombré en un principio, reparé en el hecho de que hacía unos momentos me había cruzado con la versión ya casi adulta del entrevistado de hace unos cuatro años atrás. No sé si aún conserva su expresión de nunca entender nada ni tampoco si sigue con la mujer de aquel entonces, pero estoy segura que le fue mucho mejor que a nosotros, los vivos.


NOTA: Este es uno de esos textos en que el lector ideal está bien reconocido. Para el resto, puede que sea tan trivial como saber quién es el lector al que me refiero.

lunes, 1 de junio de 2009

Semanas sin fin.

Era una noche de un día no hábil, en la que para salir a la calle todos necesitaron de un buen motivo. Yo, que nunca supe distinguir entre la relatividad de las palabras, ahí andaba; transitando derroteros que no llevaban a ninguna parte, sin más compañía que mi bolso olvidado en el asiento de al lado – como si de verdad lo considerara mi fiel copiloto mientras desempeñaba el menesteroso papel de conductora-.
Recuerdo que me detuve varias veces en lugares insólitos, como amagando haber encontrado el sitio ideal para degustar otro de mis cigarrillos húmedos, y volví a emprender viaje nuevamente, segundos después de haber estancado el motor de mi camioneta. Circulaba como perdida entre la niebla, sin pertenecer a ningún paisaje, pero aguardando la llegada de algo que –todavía- no consigo definir. Sentía adentro mío esa necesidad de hacer cosas que sólo me invade cuando llega la noche y el cielo está calmo. Pero, paradójicamente, en esa ocasión llovía, y la ciudad invernaba complacida. ¿Qué hacía yo con ganas cuando no era necesario que las tuviera? Bien podría haberme quedado abandonada en un sillón, rechazando los mates de un mal cebador pero buen compañero. Pero no, esa noche fue mejor dejar todo y salir a buscar melancolía por ahí. Deseaba sentirme disgustada por la decisión que acababa de tomar, pero eso nunca sucedió. Es más, estaba radiante, serena, majestuosa; nada podía acabar con el placer que me provocaba vivir en ese momento. Pero mi razón estaba aun conmigo, y es una de esas enemigas verdaderamente despreciables que intentan desquiciarte a cada momento para que reacciones y te partas la cabeza contra la pared más dura que encuentres, una, dos, mil veces, hasta ya no tener qué deteriorar. Y tanto insistió que la escuché. Al instante, me encontré atendiendo el llamado que había rechazado durante toda la semana y aceptando, con una mueca de desconformidad en mi cara, la propuesta de pasar otra noche lejos de mí. Sólo recuerdo que mi cordura se fue a un bar y yo me quedé más vulnerable que de costumbre, compartiendo mi cuerpo, mis sonidos, mis gestos con otro de los tantos números que la vida denomina personas. Mi cuerpo estaba ahí, sí. Pero mi verdadero yo seguía manejando bajo la lluvia, intentando serse fiel inútilmente, saboreando el licor del olvido…

Fracasé una vez más en mi intento de ser fuerte, y ya no sé cómo mirarme al espejo. Soy una perfecta adversaria de mí misma.

jueves, 14 de mayo de 2009

Con el arco vacío.

Hoy me desperté aburrida, y con el transcurso de las horas descubrí que me esperaba un día complicado. Mi cabeza pareció haberlo notado antes que yo y se preparó para sentir dolor, aun siendo bombardeada por analgésicos mal ingeridos. Ni siquiera pude probar bocado en el desayuno y en el almuerzo no me fue mucho mejor. La sensación de haber estado espiando dentro de un frasco al que le cerraron la tapa de repente, dejándome presa entre sus vidrios redondeados, no me deja más remedio que admitir que el fuego está cada vez más próximo. Que no se tarde en llegar, por favor…, ya desespero de esperar que todo termine de una vez. Casualmente, siempre creí que el final me iba a tomar por sorpresa, pero hace unos meses que no hago más que aguardar su llegada. Tampoco tengo en claro qué es lo que va a terminar cuando mis deseos se cumplan, pero no me resulta relevante ahora; sólo ansío que algo suceda.
Si tuviera un piano, apoyaría la mitad de mi pequeño cuerpo sobre él y cerraría los ojos. Nada más. Pero los infortunios de esta triste sátira que protagonizo, no me dejan más opción que quedarme inmóvil, recostada en un incómodo sillón de madera, sin casi poder pestañar; absorta, ensimismada, taciturna, pero nunca indiferente.
Estoy más sola de lo que en realidad me siento, y eso no me mueve un pelo. Sería capaz de dejar hasta lo poco que me queda, si fuese necesario. Por desgracia la existencia no puede intercambiarse por un buen libro; sino ya hubiese tomado la sabia decisión de hacer el canje, no importa demasiado con quién.
Un agujero en mi estómago me indica que mi sistema nervioso se queja a gritos. Respirar es un trabajo demasiado mal pago, y a mi cuerpo ya le corresponde la entrada de adulto.
Felicitaciones, mundo…, vas con un gol de ventaja.

domingo, 10 de mayo de 2009

Cristalidad.

El que quisiera corroborarlo, sólo tenía que entrar por una puerta desgajada y dirigir la mirada hacia una pequeña y roñosa mesita de madera, igual a otras diez en el lugar. Al hacerlo, podría ver con sus propios ojos al gran artista, sumido en el ensimismamiento más profundo que se había visto en un sitio como aquel, hasta esa noche. Una música mediocre de fondo, un cenicero vacío y dos sillas ocupadas a su lado eran su única compañía, aunque el bar estuviera más repleto que de costumbre.
Nada parecía lo suficientemente potente como para retenerlo en su silla pero, a la vez, sus ganas no tenían ganas ni de levantarse. Él mismo se admiraba de su paciencia, a veces. Estaba todavía ahí, sentando, esperando algo que, con seguridad, nunca llegaría. Sabía, era innegable, que no iba a conseguir de ese ambiente lo que realmente deseaba, pero siempre quería darle nuevas oportunidades, una y otra vez, y por eso ahí seguía… inmóvil. Simulando ser un imbécil paciente, fijaba la vista en un punto cualquiera e, inventando una expresión de total concentración, le abría la jaula a su mente para que llegara lejos; y su maldita conciencia cavaba bien hondo, hasta creerlo agonizando. Al otro día, sólo quedaría un leve olor a cigarrillos baratos como único recuerdo de tan aburrida noche; y, por suerte, podría estar tan solo como quisiera.
Casi a media tarde del día después del ayer, su pecho respiraba algo menos que canciones sin alma, y la razón era todo menos razón.
"¡El infinito es una terrible mentira!" - pensó - y notó que su remera ya le iba demasiado chica.

jueves, 30 de abril de 2009

Good Bye, Lenin..

[...]
Recuerdo que me detuve desconcertada en un relato que aseguraba que los sentimientos no eran más que juegos psicológicos que la persona misma se creaba para burlarse de todo aquel que se cruzara en su camino; y que los infortunios que suelen presentarse a la hora de relacionarse con otros seres, no eran más que castigos que la mente misma le ponía a uno para devastarlo y obligarlo a alejarse de la cordura. También, haciendo referencia a ésta misma, relataba un suceso algo confuso que tenía que ver con una carta que él mismo había enviado a ninguna parte para suplicarle a no sé quién que le cumpla el sueño de permitirle a todos atravesar la línea que, según él, separaba la vida entre Locura y Realidad. Ese texto era realmente un trabalenguas mágico que lograba arrastrarme hacia la insensatez, sin siquiera provocarme ganas de volver en algún momento. Había otras tantas brevísimas narraciones también de gran valor y un final oculto en la última hoja del libro que, por un momento, me hicieron sentir eufórica de placer.
Con la misma perfección caligráfica de las primeras páginas, el autor concluyó el diario diciendo: “Aunque sé que lo peor siempre va a estar por llegar, nunca voy a cansarme de esperarlo; porque eso peor que siempre va a estar casi en la puerta de nuestros patios, no es más q
ue un tropiezo de lo que para el mundo es lo mejor. Si lo mismo vale un hombre desdichado que un cordel, siempre elegiré pagar por el cordel. Si tengo que vivir optando por lo real, no pienso seguir esforzándome por ser. Les regalo todos y cada uno de mis logros, porque lo que ustedes consideran logros, para mí no valen nada. El mundo de los vivos ya no me divierte”.
[...]

lunes, 13 de abril de 2009

Más.

[...]
A veces siento que, mientras los recuerdos vienen como arrojados con ímpetu a mi mente, el mundo se detiene unos instantes para no interrumpir mis pensamientos. La avenida sigue abarrotada de gente, automóviles, algún que otro perro callejero, palomas, partículas de polvo del ambiente, y demás; pero nada ni nadie se atreve a molestarme cuando tarareo esa melodía tan pegadiza que fue furor años atrás. Camino sola por una calle repleta y la quietud de mi alma se esparce por mis alrededores, como guiada por alguno de mis sentidos, pero sin levantar sospechas. La verdad es que todavía no decido qué rumbo tomar, sólo me limito a circular como flotando en una nube de humedad, sin avanzar demasiado. Es como si intentara despertar la lástima de alguien, pero a la vez no me perdonara lograrlo. Tantas veces viví de cerca los puñales de la piedad que no quisiera estimular dolores del pasado. Los miles de rencores que sustentan día a día mi coraza me convirtieron en la mierda que suelo sentirme; pero ya no basta con dar un giro de 90º, como cuando era una niña que entraba siempre a los lugares cuando no debía y la despiadada de mi madre no hacía más que tomar una de mis estúpidas trenzas para arrastrarme hacia alguna habitación lateral, que no correspondía ni siquiera a la puerta por la que había ingresado en un principio. Así, con esas indescifrables reacciones, es como mi familia intentaba iniciarme en la supervivencia. Por supuesto que sólo llegué a este tipo de conclusiones cuando fui un tanto más adulta, y hasta puede que me equivoque a veces al darle el título de enseñanzas. Pero, al perecer, lo más conveniente no es volver siempre sobre nuestros pasos, sino tomar caminos distintos, hacia lugares también disímiles. Por eso creo que no me serviría de nada intentar ser lo que no pude años atrás, sino que me sería más conveniente elegir girar a la izquierda o a la derecha, pero nunca volver por la misma ruta ya transitada. No es cuestión de reparar errores del pasado, sino de seguir cometiéndolos en otros aspectos. Eso se llama vivir, según mi filosofía de bolsillo.
[...]

lunes, 30 de marzo de 2009

Rusticidad: (Sólo) 10 %

Justo cuando empezaba a convencerse de que la tranquilidad también podía ser parte de sus planes, el maldito reloj marcó las 12 de la noche. Un minuto más y vería su gran lunes desaparecer; después de haberlo acunado entre sus suaves manos, se iría para siempre. Qué mezcla de dolor y ansiedad albergaba ahora su cuerpo! Ni su capuchino a medio tomar le sería útil unos segundos más tarde. No sólo se sacó de la mente que la serenidad iba a poder serle buena aliada alguna vez, sino que todos sus muros le cayeron de un golpe sobre sus dedos y un escudo de hielo le goteó en la oreja, el temblor comenzó a hacerse notar, su mano izquierda se aproximó tanto a su labio inferior que ya no pudo resistirse a juguetear con él con ademán desesperado, y su párpado derecho empezó a latir tan de golpe que ni ella misma lo creyó, a pesar de que ocurría con frecuencia. La puta ansiedad ahora la poseía por completo. Otra vez pasaría la mitad de sus horas atenta a un “no sé qué”, para luego encallarse en los brazos del tedio disimulado; eso si antes no se le adelantaba el temor y la dejaba muda y sin imaginación. Si esto último llegaba a suceder, tendría una noche pésima, como tantas otras a su lado. Cruzaría los dedos.

domingo, 15 de marzo de 2009

Confesiones de una puta con clase (Nuevo fragmento).

[...]
Como lo había presentido, es una tarde asquerosamente primaveral. Los púberes deambulan por las calles abarrotadas de vendedores, dispuestos a dejarlos sin un centavo en el bolsillo. Mientras cruzo por una gran avenida, de la que jamás me acuerdo el nombre exacto, una canción de los 70 que siempre me gustó mucho se viene a mi mente, y camina conmigo aislándome del tedio de una ciudad con ganas de vivir. En verdad todavía no sé a dónde ir primero. No me importa demasiado el nuevo barrio en el que vaya a vivir, pero tengo la idea de abandonar los edificios con departamentos a estrenar, para mudarme a una casa; grande o pequeña, me da igual. Pero que sea una casa, con vecinos a distancias más prolongadas y sin conserjes físico culturistas que me obliguen a guiarme por mis peores instintos y, por ende, cambiarme a un nuevo sitio al poco tiempo de llegar. Además, me gustaría contar con un patio lo bastante cómodo como para pasar el rato los días de lluvia; mirar por la ventana cómo todo se empapa y estar totalmente seca del otro lado del vidrio, no es justo. Espero que ni bien me instale, se largue un buen chaparrón, que me sirva como la bienvenida que jamás tuve en ningún lugar.
Recuerdo que una vez, antes de aterrizar acá en Rosario, me hospedé un tiempo en un hotel de Buenos Aires. No era solamente costoso por los hombres que deambulaban los pasillos, sino que tenía algo particular y fascinante que lo diferenciaba y lo hacía estar por encima de los demás. Quizás para cualquier huésped el lugar sólo era caro por la ubicación, o por el buen servicio de limpieza o, para los exigentes, por las camas de agua y los hidromasajes que había en cada dormitorio; pero a mí eso me importaba tan poco como que mis cuadros no se vendieran. Lo que realmente me embrujó de allí fue el patio, desprovisto de cualquier objeto artificial para cobijarse. Según me habían contado, la dueña de este hotel había tenido tendencias hippies o algo así, y adoraba lo natural. Conociendo ya en demasía a sus posibles huéspedes (no más que señoras con la nariz parada y el culo operado, o gays desesperados que pretendían no ser discriminados por el ancho de sus bolsillos), imaginó que el jardín no sería más que un espacio reglamentario y común como en cualquier hotel, que estaría sólo de adorno; y dedicó una gran porción del terreno para cultivar sus semillitas. Por supuesto, estaban bien disimuladas, por si algún curioso ignorante pretendía hacer problemas al respecto. Pero yo sabía bien en presencia de qué planta estaba, y me emocioné. Me pasé días, casi todos los que estuve en esa ciudad, contemplando por las noches ese hermoso paisaje de hojas prohibidas pero deliciosas. Por supuesto que lo hacía silenciosamente, sentada bajo unos enormes árboles cuyo nombre no conocía, y que servían de sombra en los días soleados. Jamás se me ocurrió tocarlas, ni acercarme demasiado; temía quitarles la magia que les proveía su dueña. Eran mis intangibles compañeras nocturnas, cuando el insomnio se empecinaba en pasar la noche conmigo; hasta creo que les prometí volver alguna vez.
Esta experiencia de unos días me hizo comprender que tenía un lado vulnerable y que las pequeñas cosas del mundo eran las que lograban levantarlo de la cama, aun en sus períodos invernales más profundos. Y en honor a este descubrimiento, voy a plantar marihuana en el patio de mi nuevo hogar. A veces deliro con convertirlas en mis confidentes y acompañarlas cuando la lluvia les moje la cara. Si Exupery le dio a una simple rosa el crédito suficiente para enseñar a un niño el significado de lealtad y algo sobre la importancia de la autenticidad, yo podía soñar con contarle aventuras a mis caprichos.

[...]

jueves, 12 de marzo de 2009

Quiero.

"A veces de verdad hay que dejarse caer. Es demasiado pesada la vida cuando uno va de compromiso en compromiso, por más pequeño que sea o parezca. Y la gente tiende a obligar a los demás a comprometerse, aunque en sus caras vea la mueca de angustia que sus mentes albergan. Parece disfrutar de ello".
Con el tiempo, después de negar muchas veces con el dedo, me senté en la vereda de enfrente a racionalizar el asunto; y llegué a la necia conclusión de que los compromisos en sí, las obligaciones, no son más que la manera que algunas personas adoptan para darle a entender a los demás que los quieren dentro de sus planes; y no más que eso. Pero todo depende de saberse expresar, para que no se empiece a divulgar el rumor de que no somos buenos gritando verdades. Como muchos todavía no logramos darnos a entender como pretendemos, somos los que cargamos ese peso sobre los hombros. Y ahí vienen las contracturas, la necesidad de que un hombre que se hace pasar por kinesiólogo te cuente algún chiste malo para distraerte mientras se encarga de penetrar la intimidad de cada nudo de tu espalda, las pastillas antiinflamatorias, y demás.
Muchas veces me han invitado a lugares a los que no iría por incentivo propio y, por lo tanto, no he ido. Y después llegaron los reproches. Y me molestó escucharlos porque, de última, era mi problema. Yo me lo había perdido. Largo tiempo estuve con esa idea fija en mi cabeza y la verdad es que me equivoqué mucho. Hacer cosas por compromiso, es bastante feo sí. Pero hasta qué punto es un compromiso, y hasta dónde no es más que una muestra de buena voluntad por parte de alguien más? Es sólo una pregunta retórica que capaz ni merece ser respondida mentalmente, pero se me cruzó por la cabeza, y ya no me aguanto no escribir lo que pienso. Si digo que me equivoqué, es porque siento algo de culpa por no haber ido a ciertos terrenos en los que esperaban mi presencia, sobretodo por capricho; quizás de verdad me lo perdí. Mis amigas seguramente van a saber de qué hablo. Pero es que así soy. Un día me levanto con ganas de no lastimar a nadie, y al siguiente, no me importa nada. Me gustaría confesarles que soy un desastre a veces; en verdad. Lo único que destaco de mí, es que no intento esconderme ni vender ningún buzón que no tenga cartas con mi nombre y apellido, y alguna que otra fotografía de mi persona, que denote que en verdad no estoy tan buena. ¡Brindo por eso!

martes, 3 de marzo de 2009

Oh! Darling.

Es lunes, y ya es casi el horario de subir al micro. La empresa Dumas Cat, es la que me llevará a destino el día de hoy. Desde que me ausenté de mi ciudad para pasar unos pequeños ciclos corriendo una maratón, que jamás ganaría, para terminar algunos trámites, es que tengo la idea fija de ir a buscar un poco de soledad a la capital pampeana. Por eso, esta vez elegí despegarme varias horas antes de mi cama para llegar 09:45 en punto y alejarme algunos kilómetros de casa, pasando antes por algunas localidades ya un poco conocidas pero no por eso adoradas.
La cuestión es que iba dispuesta a vivir un día diferente, o al menos un buen día. Mi ojo derecho seguía con su latido casi constante, y eso me daba esperanzas de que algo bueno vaya a suceder. Por eso, mientras escuchaba a Baglietto y caía en la cuenta de que sería lo último que escucharía (dado que ya casi no quedaba batería en mi mp4), no me sorprendí al ver un rostro conocido (y, ¿por qué no?, esperado) entre los nuevos abordantes de mi mismo colectivo. Lo primero que se nos ocurrió a ambos, es que los micros se empeñaban en regalarnos encuentros casuales, y ninguno tuvo objeción alguna para hacer al respecto.
Una vez llegada a Santa Rosa, logré hacer todo lo que estaba en mis planes y aún más, gracias a que la casualidad se esforzaba por caerme bien, y lo lograba. Fue un día, o más bien, una tarde/noche memorable. Partí en busca de soledad y paz interior, y la tuve en gran medida; sobretodo mientras contemplaba las aguas y su quietud de la Laguna Don Tomás. Nunca había ido sola a ese lugar, y ahora me arrepiento de no haberlo hecho antes. Pero también tuve las mejores compañías y caminatas de la mano de lo desconocido, y dado que no fueron planeadas, no me asombro de que haya sido así.
Mi último recuerdo de aquél sitio, fue un tremendo chaparrón que me empapó de pies a cabeza, pero me robó varias sonrisas; y la búsqueda de una pequeña plaza que jamás encontré, con el fin de recordar escenas de mi cumpleaños pasado y, quizás, sentir que las cosas suelen salirme bastante mal. Pero me tuve que conformar con la lluvia, a la que mucho le agradezco por obsequiarme esa sensación de libertad y despreocupación que, desde hace vario tiempo, no sentía.
El viaje de vuelta tuvo algunas complicaciones que dependieron en parte del clima de anoche, y en parte del factor humano: una tormenta bastante fuerte, al parecer, derribó algunos árboles y los dejó inmóviles sobre la ruta; y hubo dos accidentes de tránsito, quizás también producto del temporal (no he mirado las noticias para enterarme). Con la suma de estos hechos, permanecí varada un tiempo considerable entre Winifreda y Castex, llegué demasiado tarde a casa, y estuve a punto de bajarme en un pueblo que no era el mío, sólo para escapar del ambiente en el que ya me encontraba hacía alrededor de 2 horas, y que estaba próximo a sofocarme.
En fin, sin dejar ningún aspecto excluido, fue un buen lunes.

domingo, 1 de marzo de 2009

Poema 20 - Pablo Neruda.

Si algo tiene que valer la pena, que la valga. Aunque no todo sea por mérito mío propio.
Si están pensado en alguna cursilería, o algún tipo de duelo, No. Comparto con quien lo quiera leer, lo que considero que lo merece.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos.»
El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.
Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo. Eso es todo.
A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.

lunes, 23 de febrero de 2009

A la ciudad de la furia.

Con mi mejor cara de satisfacción, me voy a subir al micro esta noche. Me ausento por unos muy pocos días. No me despido, porque voy a volver. Cada vez que parto hacia otro sitio, siento la necesidad de poner en orden mis ideas, y sé que hoy persigo la verdad.
Allá voy, en busca de nuevas imágenes mentales. Me llevo a mi inspiración conmigo, para agasajarla con una visita al Planetario, un paseo por San Telmo, y un par de bares con fondo, en horas ya casi programadas. Vida universitaria, bienvenida. Espero ser buena anfitriona.
Por otro lado, nos vemos muy pronto ciudad de General Pico, capital de los Estudiantes de Veterinaria.

Me voy a probar nuevas realidades, pero dejo la pizza en el horno acá en casa, haciéndose a fuego muy lento.