miércoles, 12 de agosto de 2009

Con un nivel de cursilidad demasiado engreído.

Prendo un cigarrillo para besarte. Me pierdo en el humo, que no es tu boca, pero es algo. Te elijo así, hecho humo, con sabor a sensaciones ausentes; con cosquillas sin manos; con rostro de aire.
El viento hace lo suyo y, poco a poco, me quedo nuevamente sin vos. Dejando reposar el cigarrillo entre mis dedos, me quedo sin vos. Y entonces descubro que te besé poco, y que no me besaste nada.
El sabor a ausencia cubre mi boca. Pareciera que realmente me hubiese perdido en tus besos, pero no. Sólo imaginé que te besaba, y que te escurrías otra vez de mis manos, deslizándote con el viento entre mis dedos, y que te perdía. Sólo imaginé que eras vos, aunque no eras el vos que sos a diario, sino que eras el vos que nunca fuiste, el vos que me sedujo sin ser él mismo, el vos que me invento.
El humo deja huellas de su existencia en la yema de mis dedos, tu piel que no es tu piel dejó su olor en mi piel (que sí es mi piel). Te huelo, mil veces te huelo, y sos vos. No hay dudas de que sos vos. Pero no sos vos; es la distancia hecha humo en mi boca, y ahora en la yema de mis dedos.
Hago un pacto con mi personalidad menos tolerante y consigo sacar el permiso preciso para dejarte en lo que queda de mi boca sin tu boca, y en la yema de mis dedos. Seguís en mí. Tu vos que no sos vos se queda con mi yo más real.
Es la terrible paradoja de besarte mientras no estás.

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