miércoles, 23 de septiembre de 2009

Enrique Symns.

“El corazón del universo late aquí donde, por suerte, todo está perdido. Aquí la guerra ha terminado y el guerrero vencido puede descansar. Aquí la sabiduría no existe y el sabio puede ignorar. Aquí el amor es una carta que las miradas jamás se escriben. Aquí podés abandonar tu libreto porque el teatro está vacío. Aquí podés hacer dormir tus planes porque el vacío ilumina lo único que hay: nada. (...) Estás aquí, donde todo te resulta gratis porque el sol se quema a sí mismo como un bonzo que se suicida por tristeza. Donde las sonrisas siempre terminan en puñaladas. Donde la noche miedosa deja corretear el misterio hasta que la maldición del día lo ilumina con sus preguntas. Aquí, donde los locos han esposado esposas al esposo, donde han madreado hijos para padrearlos, donde envejecen niños para que adulteen; en este colegio de atrasados mentales, donde el ángel aprende a leer y escribir las leyes que prohíben volar. Aquí, amigo, donde compartimos lo que nos robamos, donde mentimos lo que ignoramos. Hacia aquí venimos. Donde no esperamos a nadie ni nadie nos vendrá a buscar. Aquí, donde vos sos el único brillo que nadie podrá percibir.”

miércoles, 16 de septiembre de 2009

No puedo tragar tanto cemento.

Todavía no entiendo cuál fue el motivo que me llevó a decidir permanecer en este mundo por tanto tiempo. Recuerdo que vine de visita un amanecer y nunca más pude irme de acá. Fue raro… Tuve que esforzarme demasiado para aprender a sobrevivir y cuando creí haberlo conseguido, empecé a sentir sensaciones totalmente desconocidas para mí: escalofríos que me helaban el alma, el pelo, la saliva; temores a quedarme sin algo que amaba tener; vértigo; falta de aire; ganas de gritar, de llorar hasta el hartazgo; sabores amargos en el pecho que me decían que algo de verdad me había dolido mucho; y otra vez miedo… Miedo a saltar, a avanzar, a retroceder, a ser. A pesar de todo eso, me quedé en este mundo, y me alejé de la calle de donde yo venía; la abandoné… Pobre de mi calle, pobre del mundo que dejé atrás para vivir en este encierro al aire libre...
En mi calle la vida era otra cosa, las palabras decían otras cosas. Recuerdo que llegar a la esquina Soledad y Nostalgia era algo tan lindo… Uno iba caminando solo por mi calle y era feliz, seguía avanzando, cruzaba mil esquinas aun caminando solo y seguía siendo feliz. Por estar acostumbrada a ese tipo de cuestiones fue que lloré por primera vez en este mundo: salí caminando sola de mi nueva casa, transitando una calle desconocida pero creyendo que era igual que mi calle; sólo fue necesario llegar a la esquina para notar el peso que llevaba en mis hombros, la falta de ganas de seguir caminando, el dolor punzante en el pecho que me decía que estaba sola y que eso era malo. ¿Cómo podía ser malo caminar sola hasta la esquina en este mundo, con lo lindo que se sentía atravesar las mil esquinas que componían mi calle sin más compañía que mi sombra? Y eso no fue nada; el dolor creció aun más cuando entendí que iba a tener que acostumbrarme a sentir esas sensaciones traicioneras y ya no me iba a ser tan fácil sonreír y ser feliz como cuando habitaba en el mundo que sí me pertenecía. Pero claro, tenía que pagar el derecho de piso acá, como en todas partes.
Hace unos días me escapé un tiempo (no sé cuánto porque en el mundo que sí me pertenece el tiempo no se mide con números) para visitar mi calle. Sabía que no iba a poder irme de este mundo para siempre, pero tenía ganas de verla, de caminar sola allá y ser, de igual manera, feliz; de llorar al escuchar que en la habitación de algún vecino sonaba “Muchacha, ojos de papel” y verme deseando ser esa muchacha corazón de tiza que ya no tiene necesidad alguna de seguir corriendo; de tener la certeza de que un tipo que lee poesías es un buen tipo. Tenía tantas ganas de ver a mi querida calle, de sentir su calidez, sus brazos, su olor a vida… Me escapé de este encierro y fui hasta ella; he aquí la desilusión más grande de toda mi existencia. Mi calle ya no era una simple calle de barrio, alguien me la había robado para ponerle un disfraz que no le quedaba para nada bien. Era ahora una enorme avenida repleta de comercios inútiles, sin vida, sin colores. Donde antes salían de las ventanas versos de Benedetti, ahora había un negocio que vendía temores; donde antes Spinetta saludaba al pequeño ser, ahora había que entregar dinero para comprar utopías; y ni hablar del puestito donde antes uno se sentaba a leer a Oliverio Girondo y el tiempo parecía detenerse en mil atardeceres juntos, sí, ahora había que alejarse de ese sitio para no sentir un vértigo arrasador y despiadado. Pobre de mi calle, miren en lo que estos hombres y mujeres de mierda la convirtieron… Miren en lo que nosotros nos convertimos...

martes, 15 de septiembre de 2009

El lado oscuro del corazón.

-Tengo muy mala memoria. No me acuerdo de vos. Tengo muy mala memoria. ¿Quién eres? ¿El marinero del Torrento star? ¿El astronauta enamorado de Benedetti? No me acuerdo.
-Es importante hacerlo. Quiero que me relates tu último optimismo. Yo te ofrezco mi última confianza.
-La esperanza es tan dulce, tan pulida, tan triste... La promesa tan leve no me sirve.
-Aunque sea un trueque mínimo, debemos cotejarnos.
-No me sirve tan mansa la esperanza. La rabia tan sumisa, tan débil, tan humilde… El furor tan prudente no me sirve. No me sirve tan sabia tanta rabia.
-Estás sola. Estoy solo. Por algo somos prójimos. La soledad también puede ser una llama.
-No me quieras. Por favor, no me quieras. No me quieras. No me quieras...

lunes, 14 de septiembre de 2009

Cinco más Yo, es como decir cuatro.

Mi existencia gira alrededor de cinco personalidades que deciden por mí la mayoría de las veces, sobre todo en los momentos en que lo que menos necesito es que interfieran en mis asuntos. Cuando recién supe de ellas, creí que eran diez; pero enseguida la más alta retrucó enojadísima diciendo que eran cinco y sus respectivos segundos, o extras, o actores de reparto, o no sé qué. En fin, son cinco titulares y cinco suplentes, de esos que responden cuando los protagonistas padecen picos de estrés o aburrimiento.
Al notar que estaban un poco inquietas desde ya hacía unos días, una noche les ordené que se decidieran de qué forma iban a seguir cagándome la vida y agregué que tengan cuidado al responder, porque una vez que eligieran ya no iba a haber vuelta atrás. En realidad lo hice para confundirlas y que, de esa manera, se calmaran un poco, pero resulté ser yo la confundida; con gritos unánimes, las cinco me respondieron: “Por escrito”. Esa fue la segunda y última vez que escuché sus voces. Desde entonces me convertí en una amante de los diálogos escritos.
Volviendo a ellas, mis personalidades habitan en una parte muy visible de mi cuerpo que suelo decorar con anillos. Todavía no he podido descubrir cuál es la función específica de cada una ni tampoco de qué manera se organizaron para distribuirse las tareas que, bien o mal, hacen a diario; pero hay momentos en los que resulta imposible la convivencia de todas en una misma mano, y se pone peor cuando los extras de la otra mano intentan hacer de mediadores para responder por sus respectivos compinches. ¡Tienen un carácter tan difícil de llevar todos ellos!
A veces me siento a ver cómo se pelean, cómo se chocan intentando elaborar un párrafo, cómo se equivocan al responder y se dan cuenta un rato más tarde. Es un espectáculo muy gracioso ver de qué manera se mueven cuando están enojadas, o la forma en la que se deslizan suavemente por el aire cuando sienten que han hecho bien sus tareas y por eso voy a darles la noche libre. Cuando nos conocimos, todas me dijeron sus nombres, pero ya ni los recuerdo; las distingo sólo por sus alturas y sus gustos particulares. Por ejemplo, sé que si un día hablo de amor en mis escritos, es mi personalidad más bajita, la que se ubica en el extremo izquierdo de mi mano derecha, la que ganó al póker la noche anterior y, por lo tanto, en esa ocasión tiene la posibilidad de dirigirme a su antojo; si escribo con odio, es la del extremo opuesto a ésta la que habla por mí, y así pasa también con las demás, aunque ellas tienen tareas menos específicas, creo. No sé… En realidad son puras hipótesis; todavía no logro descifrar sus comportamientos. Hoy, sinceramente, no sé cuál de todas tiene la delantera, pero tengo la certeza de que hace un tiempo que se están llevando mejor, ya no discuten tanto.
Hoy bailan de una manera tan sensual, tan suave… Se mueven con una liviandad muy placentera, casi indescriptible.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Despabilate, amor.

Te van a mirar y a suplicar mil veces que crezcas, que no seas inmaduro, que te conviertas en un hombre. Y, definitivamente, vas a crecer, a dejar de ser inmaduro y a convertirte en un hombre.
Después te van a pedir que seas un hombre responsable, inteligente y razonable. Y vas a volverte un hombre serio.
Pero es necesario que, ahora que todavía es temprano, descubras que cuando uno comienza a ofrecer, es poco probable que los demás dejen de exigir; por lo tanto, más adelante también vas verte convertido en un hombre fiel, cariñoso y atento. Y así tu vida, poco a poco, va a continuar, entre súplicas y órdenes ajenas. Y es en ese punto donde, definitivamente, no va a existir lugar alguno para mí en tu historia. Yo, con toda mi aparente inmadurez y mi locura aun conmigo, también voy a acercarme a decirte que voy a necesitar algo de vos. Mi pedido no va a ser en forma de orden, tampoco de súplica; sólo va a ser un simple pedido. Yo voy a necesitar que, a pesar de todo, me quieras.
Vos, que ya vas a ser un hombre -y además serio-, no vas a poder con él. Vas a pensar que pretendo demasiado; que te estoy pidiendo mucho. Y algún día vas a descubrir que el tiempo que te llevó atender todas las demás súplicas y órdenes, no va a volver a darte la revancha; no va a aceptar retroceder sobre sus pasos para darte la libertad de poder elegir nuevamente en qué clase de ser convertirte. Es por eso que, como buen hombre serio, razonable y fiel, no vas a entender nada y todo va a parecerte demasiado injusto. Y es por eso que vuelvo a aconsejarte desde la parte más sincera de mi mente, que no te quedes conmigo.