viernes, 7 de mayo de 2010

Sólo esto existe.

Me esclavizo a conciencia; sé muy bien en qué mierda estoy metida. Pueden pensar que, al fin de cuentas, solté la cuerda, que caí de cara al barro, mientras mis manos seguían suspendidas en el aire; pero no.
Duermo menos, es verdad; la pesadumbre me quita el sueño. Me relaciono íntimamente con el sol, también es cierto; la noche está despechada debido a mi forzado abandono. Ya no aborrezco la palabra mágica ni su consecutiva; no. Ahora las seduzco y luego las poseo, diariamente. Al fin y al cabo, somos las nuevas putas del sistema; no hay cómo escapar al título. Nos recluta, nos endulza, goza, nos tira unas monedas y se retira para seguir descabezando imbéciles. Imbéciles como nosotros.
Es cuestión de tiempo, más cíclico que lineal. Lo mío es simplemente una insignificante cuestión de tiempo…

jueves, 8 de abril de 2010

Sólo a veces.

A veces siento una nostalgia que me inunda el pecho. De golpe y porrazo me veo a mí misma olvidada en un suelo incierto y gris, llorando sobre lágrimas derramadas en el pasado. Un olor o una melodía cualquiera me transporta hacia mis horrendas vidas ya vividas, y me observo, desde lejos, hundida en noches solitarias, en días solitarios, en pensamientos solitarios. Y el chico que nunca tuve, los abuelos que ya no están, el novio que me perdió, todo, absolutamente todo, me oprime la conciencia, me provoca ganas de volver sobre mis pasos para conseguir un pecho que sí resista las balas. Una tristeza de almohada, de rinoceronte y de jarrón me deja exhausta sobre mi acolchado, masticando lamentos inútiles. Y mientras mi cabeza se comporta como un tragamonedas insólito y obstinado, la nostalgia sigue ahí. Se pasea por mi carne al rojo vivo, pisoteando dignidades ajenas. La nostalgia sigue ahí, no anoche, no esta noche, no mañana… sólo a veces sigue ahí.

jueves, 18 de marzo de 2010

Pero no tendrá tus ojos.

El sillón no era más que un trozo de madera inaccesible, el escritorio, un absurdo desorden, y su cuerpo, un vapor inmundo y denso, insoportable para cualquier humano con principios. Hacía más de tres horas que aguardaba, tenso e inmóvil, inmerso en pensamientos incalculables. No sabía por qué había decido sentarse en esa habitación oscura y asechante, teniendo tantos otros sucuchos más cálidos donde morir en paz, pero a esa altura, nada podría alterar su suerte.
Nadie estaba enterado de su paradero actual, le temía a cualquier tipo de atención, aborrecía cualquier síntoma de compasión y no podía estar más enamorado de la muerte. Lo erotizaban su piel clara, casi pálida, su aliento gris y el manto de vacío que recubría su contextura física. Era el ser más bello que jamás había sentido cerca, el único al que habría de dedicarle una espera tan extensa.
La vida había sido para él una eterna indiferencia, una cúpula cargada de sentimientos demasiado veraces para su gusto. Según decía, la asquerosa vitalidad le había impedido ser. Nadie jamás comprendió esa frase suya, pero tampoco nadie dudó de su veracidad. Bastaba con verlo caminar para entender su calvario, con clavar la mirada en sus ojos para conocer la soledad. Sólo era preciso escucharlo un instante para notar el desprecio hacia cualquier ser viviente que albergaba su mente.
Mil veces había intentado arrancar de su pecho aquella necesidad loca que lo embriagaba, pero anhelaba con el alma ser dueño de esa piel clara con la que soñaba despierto, hundirse en la nada de esa boca fría, y respirar profundamente ese aliento denso que, en sus largos desvaríos, le erizaba la piel, los huesos, la vida.
Tres eternas horas de espera llevaba sentado, inmóvil, temblando de ansiedad y de lujuria, imaginándose en los frágiles brazos de su desgraciada, hundido en su pecho, respirando el hedor de la nada, alcanzando mil veces el placer. La muerte vendría a buscarlo, de eso no tenía duda alguna; llegaría en cualquier momento, vestida de negro luto, ardiente, ansiosa también por acudir a esa cita acordada con tanta anterioridad. En el minuto menos pensado, vendrá para ser mía –se decía el hombre en voz muy baja-, y esperaba...
Seguía dándose esperanzas por lo bajo cuando la única puerta de la inmunda habitación en la que se encontraba se abrió suavemente, y un aroma a nostalgia recorrió los rincones y se posó en su pecho. Inmediatamente, el hombre de cabello oscuro cerró los ojos y le regaló una frase al aire. La recién llegada dama se sentó cómodamente frente a él y, al interactuar unos instantes, lo desilusionó para siempre. Su dama del alba, su musa, su hermosa y sensual muerte, no era ni más ni menos que otra muerte. Una muerte estúpida, como todas las demás muertes a las que se había entregado…

martes, 23 de febrero de 2010

Omnipotencia.

Nunca le creas a mis ojos cuando afirman que ya no hay nada en mí. Ellos sólo son parte de mi armadura. Están demasiado bien entrenados para disfrazarse de algo que ni siquiera imaginan ser.
Tampoco confíes en mis manos, que se limitan a hacer lo que les ordeno. Y ni hablar de mis palabras, siempre tan distantes, tan seguras de sí mismas, tan soberbias... Esas cobardes sí que mienten...
Cada parte de mi cárcel te dice que todo está bien, que podría estar mejor pero no importa; que no me quejo... Pero me dolés, esa es la verdad. Me dolés en cada idea. Me atravezás de lado a lado clavando estacas en mi vientre. Me tirás de precipicios gigantescos, sólo para correr e impedir que roce el suelo. Me invadís el alma con dependencia absoluta. Me suplicás que te desee más que a mi vida. Pero no es por eso que te necesito, que reclamo tu presencia, que te regalo mis horas. No, la clemencia no es lo mío. Es sólo que me resulta totalmente imposible abstenerme de contemplar el duelo al que te batís a diario, simplemente para recuperar la quietud que el vivir me arrebata…

lunes, 15 de febrero de 2010

Y todavía quieren más...

Esta es la segunda producción de NofuefaciL Producciones. Ahora somos menos, pero nos queremos más.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Tengo ganas.

Tengo ganas de escribir con fuego, con palabras que desgarren, que rompan con la quietud de los mares de tu conciencia.
Tengo ganas de arrastrar por los suelos de tu infierno a cada una de las bestias salvajes que me condenan a buscarte, una, mil, infinitas veces, en la calidez de mis alucinaciones nocturnas.
Tengo ganas de volver, de tropezar mientras estoy cayendo.
Tengo ganas de aterrizar en tu pelo, de detener mi velocímetro en la aspereza de tus manos.
Tengo ganas de arder en tu ardor y respirar de tus vicios.
Tengo ganas de escupir incoherencias que simulen ser certeras.
Tengo ganas de ser a veces más coherente.
Tengo ganas de no repetir tantas veces las mismas estúpidas palabras.
Tengo ganas de terminar con el mito de las musas.
Tengo ganas de abolir el autocontrol.
Tengo ganas de desesperar de soledad.
Tengo ganas de poner en venta mis utopías.
Tengo ganas de terminar definitivamente con las ganas.
Y, sobre todo, tengo ganas de escribir un buen texto.

martes, 2 de febrero de 2010

Incursionando... Siempre incursionando.

El colombiano Vargas se había despertado a las 5 de la mañana, después de que el gallo de doña Rosa marcara su cuarta campanada, entreabriendo su pequeño pico de alicate en desuso. Lo que ocurría con este buen hombre era que su ansiedad no le permitía aguardar a que el animal finalizara su tarea, por lo que le resultaba imposible generar una rutina matutina en su vida. Cada vez que escuchaba las primeras cuatro campanadas del gallo de su vecina, saltaba de la cama, sin importar qué hora fuese en realidad ni cuántas más faltasen para que sean las 7 A.m. Cabe destacar, y es imprescindible hacerlo, que el queridísimo despertador barrial cantaba toda la noche. Las teorías de los más quisquillosos del barrio afirmaban que este era un gallo inusual, casi malévolo, que disfrutaba del hecho de ver al pobre colombiano salir con anteojos oscuros, creyendo encontrarse ya con el amanecer, cuando todavía era la luna la encargada de vigilar la ciudad.
Como comencé a contar en un principio, el colombiano Vargas abandonó su cama a las 5 de la mañana con esperanzas de seducir por fin a la suerte ese día gris y fresco. Necesitaba endulzarla, persuadirla, conquistarla para que esta deseada señora con varitas mágicas en los bolsillos le concediera una vida mejor. En realidad, este colombiano ignorante estaba más que bien entrenado para lograr engañarse a sí mismo, por lo que siempre tenía ideas de ese estilo, y ya a pesar de haberse equivocado más veces de las que podía contar. La suerte, una mujer con varitas mágicas en los bolsillos… pero ¿a quién podía ocurrírsele una estupidez semejante?
Se levantó, planchó su camisa de lunes, se puso sus lentes oscuros y salió a intentar respirar un poco de aire diurno. Fue necesario que llegase a la esquina para convencerse de que no era que sus cristales se habían oscurecido de más sino que, como solía ocurrirle, todavía era demasiado temprano y, por ende, la pereza del sol extendería la noche un par de horas más. Parado en la esquina, sin nada más que hacer, se quedó contemplando la humilde casa de doña Rosa y el silencio que reinaba en ella. El gallo ya había hecho lo mejor que sabía hacer: había despertado antes de tiempo al colombiano Vargas, por lo que ahora dormía plácidamente en un arbusto, ajeno a cualquier cosa que no perteneciera a sus sueños de gallo poco mañanero. El colombiano lo miró y pensó: “No vaya a ser que este distraído se quede dormido y se olvide de cantar para despertar al resto de los vecinos”, entonces se acercó, tomó suavemente el cuello del gallo todavía dormido, que estaba cuidadosamente oculto bajo su ala izquierda, y lo giró siete veces para la derecha, para indicarle que a las 7 de la mañana debía continuar con su función. Concluido esto, se alejó muy lentamente y sin hacer ruido alguno, por miedo a desvelar al gallo. Volvió a su casa y se acostó otro rato, satisfecho por la buena acción que acababa de concebir.
Desde aquella mañana, ningún vecino del barrio volvió a levantarse, y el colombiano Vargas tampoco tuvo oportunidad de seguir dándole uso a sus costosos anteojos de sol. Lo más curioso es que jamás se supo por qué…

martes, 12 de enero de 2010

Retorno.

Volvió a ocurrir. Fue todo idéntico a la última vez, pero yo lo sentí diferente. Los colores se fueron desvaneciendo lentamente; mis manos atraparon el último manotazo de aire y se desprendieron; mis rodillas vibraron al ritmo de una tarantela precoz y mis piernas se aflojaron por fin, totalmente abatidas, y ya sin siquiera contar con el gramo mínimo de aliento que todas las piernas del mundo se jactan de poseer. Sentí tus brazos implorándome un segundo más de compañía, pero no me importó. Esta vez -¡lo siento tanto!- no me importó.
Temblé de frío y de sed en los confines más arduos del universo paralelo, imaginé que mis pesadillas se hacían una a una corpóreas. Un hilo de sangre se desprendió de mi pecho y con él se fue el amor. Vi todo el proceso, fui testigo de cada nueva alteración de mi organismo. Sé que di más de lo que algún día debí.
En el desvanecer de las razas me derroqué a mí misma hasta el hartazgo, clavé estaca por estaca en el seno mismo de mi vulnerabilidad; peleé con el dolor y me dejé ganar; fui mi guerrera más débil y llegué hasta las sombras de las sombras con el vientre en blanco; me abandoné, lo sé, me dejé olvidada en las zonas más inhóspitas de la ciencia, de la vida, de la puta costumbre de no tener costumbres sólidas…
Me buscaste, mil veces recorriste la acidez del desencuentro, pero no conseguiste más que nudos en tu sangre. Te llenaste de hervor y hasta deseaste, por vez primera, haber nacido menos humano. Pero la tardanza fue evidente desde el principio…
Sigo ávida por cometer actos insanos, por verme obligada a morder las cenizas de la ira, pero las agujas que marcan los lucros y las pérdidas empaparon cada milímetro de existencia, cada gota de calor, de piedad. Llegar a tiempo es cosa de otros tiempos, de tiempos más remotos que el tiempo mismo.
Volvió a ocurrir, pero el hilo de sangre ya está seco; al igual que mis ojos.

martes, 5 de enero de 2010

Reíd... Reíd de mí.

Ya no me empujes. ¿No ves que ni así avanzo?
Dejá la tiranía de lado; no me sirve.
Soltá esa daga de hielo; ya no tiemblo.
Bajá la vista, fijala en cualquier otro punto que no tenga que ver conmigo; tu vigilancia es inútil.
No sigas obligándome a respirar hedor; soy inmune.
Quitame la visera y el escudo; mido más de un metro.
No me tapes los oídos ante palabras necias; ya sé a caminar.
Regalame bufandas; el suicidio no está en mis planes.
Si te pido amor, no le quites las espinas.
No afines tus cuerdas vocales; tus canciones me aburren.
No inyectes esperanzas en mi piel; tengo los ojos abiertos hoy.
No fabriques lágrimas, puedo prestarte las mías.
Mirá hacia el frente; la gente ya no deja caer monedas.
Y, por favor, ya no bailes; el horror amaneció.