martes, 23 de febrero de 2010

Omnipotencia.

Nunca le creas a mis ojos cuando afirman que ya no hay nada en mí. Ellos sólo son parte de mi armadura. Están demasiado bien entrenados para disfrazarse de algo que ni siquiera imaginan ser.
Tampoco confíes en mis manos, que se limitan a hacer lo que les ordeno. Y ni hablar de mis palabras, siempre tan distantes, tan seguras de sí mismas, tan soberbias... Esas cobardes sí que mienten...
Cada parte de mi cárcel te dice que todo está bien, que podría estar mejor pero no importa; que no me quejo... Pero me dolés, esa es la verdad. Me dolés en cada idea. Me atravezás de lado a lado clavando estacas en mi vientre. Me tirás de precipicios gigantescos, sólo para correr e impedir que roce el suelo. Me invadís el alma con dependencia absoluta. Me suplicás que te desee más que a mi vida. Pero no es por eso que te necesito, que reclamo tu presencia, que te regalo mis horas. No, la clemencia no es lo mío. Es sólo que me resulta totalmente imposible abstenerme de contemplar el duelo al que te batís a diario, simplemente para recuperar la quietud que el vivir me arrebata…

No hay comentarios:

Publicar un comentario