Hoja en blanco, memoria en negro.
Es imposible creer sin entender, pero es tan difícil entender… Todo es tan
difícil. Las mañanas, los días, vos y, sobre todo, yo. Sobre todo yo. Vos y yo
somos difíciles.
Hay mucho intangible en mí, y
cuando digo “mucho”, me siento poco precisa. De todas formas, necesito que lo
sepan, lo más importante es estar hoy acá, con la hoja cubriéndose de negro, y
la mente contagiándose de blanco. Es imprescindible que hoy esté en este lugar,
de espaldas al sitio donde gasté tantas letras (y electricidad), donde lloré y
reí sobre el teclado más útil que tuve el honor de rozar. En el lado opuesto,
la luz juega con mis ondas, mis descuidadas ondas, mis malas ondas.
Espero que tu señal llegue desde
el más allá (o más acá), pero es inútil. Todo quedó claro entre vos y yo,
querida inspiración. Pero mis tiempos son otros… Ya no me vendo al mejor
postor, y puede que hasta no lo necesite. Si te siento todavía viva, aferrada a
tu virilidad obsecuente, tan mía, como siempre, mía. Las yemas de mis dedos te
acarician en sueños y vuelvo a descubrirte entregada a mi voluntad, a mi deseo
de tenerte cerca. Letra por letra, roce a roce, lágrima a lágrima, te recuerdo
en mis días más oscuros, y entiendo que la felicidad, más allá de todo, era
otra “cosa”. Algo menos vulgar, menos gastado. Pero, es curioso, al transformar
esas siluetas inertes a danzantes palabras, poco a poco, dejo de sentirme
feliz. Y las ansias de que te hagas presente para degradarme vuelven más
fuertes aun. Tanto, que prefiero levantar mis vergüenzas de esta incómoda silla…
y cenar.