domingo, 6 de septiembre de 2009

Despabilate, amor.

Te van a mirar y a suplicar mil veces que crezcas, que no seas inmaduro, que te conviertas en un hombre. Y, definitivamente, vas a crecer, a dejar de ser inmaduro y a convertirte en un hombre.
Después te van a pedir que seas un hombre responsable, inteligente y razonable. Y vas a volverte un hombre serio.
Pero es necesario que, ahora que todavía es temprano, descubras que cuando uno comienza a ofrecer, es poco probable que los demás dejen de exigir; por lo tanto, más adelante también vas verte convertido en un hombre fiel, cariñoso y atento. Y así tu vida, poco a poco, va a continuar, entre súplicas y órdenes ajenas. Y es en ese punto donde, definitivamente, no va a existir lugar alguno para mí en tu historia. Yo, con toda mi aparente inmadurez y mi locura aun conmigo, también voy a acercarme a decirte que voy a necesitar algo de vos. Mi pedido no va a ser en forma de orden, tampoco de súplica; sólo va a ser un simple pedido. Yo voy a necesitar que, a pesar de todo, me quieras.
Vos, que ya vas a ser un hombre -y además serio-, no vas a poder con él. Vas a pensar que pretendo demasiado; que te estoy pidiendo mucho. Y algún día vas a descubrir que el tiempo que te llevó atender todas las demás súplicas y órdenes, no va a volver a darte la revancha; no va a aceptar retroceder sobre sus pasos para darte la libertad de poder elegir nuevamente en qué clase de ser convertirte. Es por eso que, como buen hombre serio, razonable y fiel, no vas a entender nada y todo va a parecerte demasiado injusto. Y es por eso que vuelvo a aconsejarte desde la parte más sincera de mi mente, que no te quedes conmigo.

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