viernes, 14 de agosto de 2009

Más de dieciocho, menos de veinte.

Mi rechazo hacia los cumpleaños surgió cuando tuve mi primer encuentro con la hipocresía de la gente. No recuerdo la edad exacta, pero sería alrededor de mis 12 años (edad en la que, entre otras cosas, uno comienza a caer en los absurdos estereotipos que crean los idiotas, y se hacen demasiado populares como para tener una explicación lógica; entre ellos, el saludo con un beso en la mejilla que, de hecho, la mayoría de las veces es un beso al contaminado aire que nos rodea, con un leve desvío, producto de la existencia de la mejilla opuesta a la nuestra de quien también besa el aire, simulando que nos besa a nosotros). En fin, como les decía, más o menos a esa edad empecé a no querer cumplir años. Las personas se revolucionan para esas fechas, comienzan a perseguirte, a querer robarte carcajadas, a decirte que te quieren y todas esas mierdas que me hacen poner de mal humor; sobre todo porque me molesta el hecho de que lo hagan creyendo que así me complacen, cuando, en realidad, me irritan. No voy a negar que de todos modos a veces me reconforta que se acuerden que un día como ese nací; pero tampoco la pavada. Volviendo a lo de la hipocresía, es cierto; gran parte de quienes te saludan para esa fecha, lo hacen para no quedar mal (yo misma me he puesto ese disfraz); la envidia sale en forma de llamas por sus ojos mientras te escriben un puto mensaje diciendo “que la pases lindo”. En realidad yo estoy al tanto de todo esto, y sé a quienes odiar y a quienes agradecer por tomarse la molestia.
La mayoría de mis amigos o conocidos saben que para mí el día de mi cumpleaños no sólo es un día más, sino que es un día frustrante (debido a lo que ya cité antes) y que siempre encuentro la excusa perfecta para desaparecer un rato o, si la suerte está de mi lado, escaparme el día entero. Sin embargo, a pesar de que lo saben, les molesta que mi actitud siempre sea la misma a la hora de la llegada de una fecha “especial”: decir que no es más que un día comercial o un día más. La verdad es que me cago en todas las fechas, para mí los días son sólo días, y a veces quisiera que nada de eso existiera, al igual que los relojes. Pero cada vez que digo una estupidez como esa, alguien me retruca señalando que las cosas están bien como están y que me calle. Cabe aclarar que me callo por aburrimiento, no por el peso de una orden tan ilógica como esa.
La melancolía pre-cumpleaños me ha pegado tantas patadas en la cara que, al verme mirando el abismo un par de veces, alguien que prefiere vivir bajo el telón del anonimato me explicó por qué todos repetían que la pase bien en MI día. Yo me irritaba más aún cuando escuchaba o leía eso de MI día. Este profeta anónimo que mencioné, me confesó que el día de mi cumpleaños era mi único capital. El día que llené mis pulmones de aire por primera vez, un 14 de agosto, me hice dueña de lo único que valía la pena hasta ese momento: una fecha con la que me iba a relacionar hasta que las garras de la puta muerte liberen mi alma. Recién ahí entendí un poco toda esta mierda de los aniversarios y demás.
Ahora sé que realmente todos los 14 de agosto de cada año sumo un bien más a mi propiedad privada carente de bienes materiales. Ya llevo 19…

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