viernes, 6 de noviembre de 2009

Oficio: vivir.

No es necesario que lo aclare, pero sé que estás ansioso por leer estas líneas; sí, recibí el puñal de papel envuelto en aromas embriagadores que me enviaste por correo. Lo recibí, y el eco de tus palabras escritas con fuego aún no deja de jugar al tenis en los huecos de mi autoestima. A pesar de eso, mi respuesta sigue siendo la misma.
Tenés el poder suficiente para lograr que mis certezas se arrodillen ante los puentes sostenidos de un solo lado que, como pueden, mantienen vivos a mis más profundos temores; pero incluso ese poder es efímero en vos, tanto como toda tu existencia de la mano de la tangente. Diste tu última jugada y no creas que no significó nada, como te dije, atravesaste mi manojo de principios de lado a lado. Pero, aún así, no puedo seguir con esto. Es necesario que entiendas que mi última palabra sigue siendo NO. Y es más necesario aún que sepas que las cifras se ubican en el extremo opuesto al mío; mi vida no alberga ningún tipo de números, sólo los manipula por conveniencia. El dinero no es un medio de movilidad para mí.
Con respecto a tu supuesta necesidad, no te engañes. Sólo soy tu capricho más realista, pero capricho al fin. Parece ilógico que yo pueda aceptar convivir mejor con la vida que vos; vos, que siempre te esforzaste por ser el jefe, el capitán de esta balsa, el piloto de este avión sin turbinas. Parece ilógico, realmente, que creas que nadie más que yo es adecuado para el puesto.
Espero haber salpicado las palabras en el orden correcto y no haberte dejado ningún hilo naufragando en el caos de tu abecedario a medio terminar. Espero ser clara, como así también concisa y terminante: No me ofrezcas más trabajos de oficina, Juan, yo quiero ser escritora.

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