miércoles, 11 de noviembre de 2009

No sé.

La inactividad de las personas responde sólo a una cosa: al desgastado hilo de desesperanza que, por motivos aún desconocidos por la humanidad, jamás termina de hacerse trizas contra la partícula de polvo más gorda y desequilibrada de nuestro ignorante ambiente. La desesperanza flota combatiendo los efectos secundarios de la inercia en la memoria de todos los seres que pretenden huir a su condición de humanos diferentes. Por otro lado, la raza de igualitos es la única responsable de que dicho hilo exista en las mentes de los jamás-igualitos. Entonces, la inactividad es únicamente un atributo para la parte de la humanidad menos importante: la masa, los parecidos por decisión propia, el montoncito de hombres y mujeres sujetos por las mismas tanzas y dirigidos por idénticos titiriteros. La masa, sí; LA masa.
Los igualitos y los jamás-igualitos habitan la misma burbuja, plagada de entradas de monóxido de carbono en mal estado. Los primeros se creen más inteligentes por formar parte de multitudes, mientras que los otros deambulan en grupos reducidos teniendo la total certeza de contar con niveles de raciocinio realmente elevados. Mientras unos se empujan para respirar hollín, otros llenan sus pulmones con refulgencia.
La masa y la nunca-masa se desprecian mutuamente; los primeros por idiotas, los segundos por cansancio. Son como dos bandos de un mismo club: el que quiere que cambien al arquero y el que quiere que cambien la red del arco; el que mira la pelota y el que mira al jugador que lleva la pelota; el que qué y el que no qué.
Como decía en un principio, existen dos tipos de humanos: los inactivos por ignorancia y los inactivos por decepción.

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