jueves, 30 de abril de 2009

Good Bye, Lenin..

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Recuerdo que me detuve desconcertada en un relato que aseguraba que los sentimientos no eran más que juegos psicológicos que la persona misma se creaba para burlarse de todo aquel que se cruzara en su camino; y que los infortunios que suelen presentarse a la hora de relacionarse con otros seres, no eran más que castigos que la mente misma le ponía a uno para devastarlo y obligarlo a alejarse de la cordura. También, haciendo referencia a ésta misma, relataba un suceso algo confuso que tenía que ver con una carta que él mismo había enviado a ninguna parte para suplicarle a no sé quién que le cumpla el sueño de permitirle a todos atravesar la línea que, según él, separaba la vida entre Locura y Realidad. Ese texto era realmente un trabalenguas mágico que lograba arrastrarme hacia la insensatez, sin siquiera provocarme ganas de volver en algún momento. Había otras tantas brevísimas narraciones también de gran valor y un final oculto en la última hoja del libro que, por un momento, me hicieron sentir eufórica de placer.
Con la misma perfección caligráfica de las primeras páginas, el autor concluyó el diario diciendo: “Aunque sé que lo peor siempre va a estar por llegar, nunca voy a cansarme de esperarlo; porque eso peor que siempre va a estar casi en la puerta de nuestros patios, no es más q
ue un tropiezo de lo que para el mundo es lo mejor. Si lo mismo vale un hombre desdichado que un cordel, siempre elegiré pagar por el cordel. Si tengo que vivir optando por lo real, no pienso seguir esforzándome por ser. Les regalo todos y cada uno de mis logros, porque lo que ustedes consideran logros, para mí no valen nada. El mundo de los vivos ya no me divierte”.
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