lunes, 30 de marzo de 2009

Rusticidad: (Sólo) 10 %

Justo cuando empezaba a convencerse de que la tranquilidad también podía ser parte de sus planes, el maldito reloj marcó las 12 de la noche. Un minuto más y vería su gran lunes desaparecer; después de haberlo acunado entre sus suaves manos, se iría para siempre. Qué mezcla de dolor y ansiedad albergaba ahora su cuerpo! Ni su capuchino a medio tomar le sería útil unos segundos más tarde. No sólo se sacó de la mente que la serenidad iba a poder serle buena aliada alguna vez, sino que todos sus muros le cayeron de un golpe sobre sus dedos y un escudo de hielo le goteó en la oreja, el temblor comenzó a hacerse notar, su mano izquierda se aproximó tanto a su labio inferior que ya no pudo resistirse a juguetear con él con ademán desesperado, y su párpado derecho empezó a latir tan de golpe que ni ella misma lo creyó, a pesar de que ocurría con frecuencia. La puta ansiedad ahora la poseía por completo. Otra vez pasaría la mitad de sus horas atenta a un “no sé qué”, para luego encallarse en los brazos del tedio disimulado; eso si antes no se le adelantaba el temor y la dejaba muda y sin imaginación. Si esto último llegaba a suceder, tendría una noche pésima, como tantas otras a su lado. Cruzaría los dedos.

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