domingo, 12 de julio de 2009

La única verdad sobre mí.

En mi pecho habita un enano de ojos quisquillosos. A veces nos agarramos de los pelos, pero en mis días más sinceros suelo admitir que es el mejor enano que la suerte pudo haber abandonado en mí; es que él es un combo agridulce realmente admirable. Muchos imbéciles intentaron engañarme diciendo que no hay ningún enano en mi pecho, que hay un corazón y no sé qué otras falacias, pero no pienso caer en sus jueguitos. Mi amigo de alma gigante y cuerpo pequeño y yo sabemos la verdad.
Como les contaba, en varias oportunidades pienso seriamente en la idea de echarlo a patadas para librarme de una vez de su intachable figura, pero después de un rato él pulsa el botón preciso y mi crueldad se tira a la banquina, entonces le dejo una última advertencia y me retiro a ocuparme de mis cosas; y el enano recupera el sitio que nunca perdió en el lado izquierdo de la profundidad de mi ser. La verdad es que es su culpa que discutamos tanto; somos muy distintos: él disfruta haciéndome los planteos que jamás le permití a nadie y yo –seamos sinceros- siempre circulo con la paciencia al límite. De todas maneras, hace vario tiempo que morimos juntos cada noche, por lo que ya no andamos con misterios ni perdones; nuestra relación es descomunalmente madura para lidiar con ese tipo de pavadas. Aún así, a veces lo entiendo: sus valores son demasiado elevados para mi persona y yo uso constantemente un disfraz que oculta la ciclotimia más severa que conocí en mi vida.
Cada vez que me embriago de estupidez y liquido besos en la esquina más libertina de mi barrio, un puñal cargado de decepción atraviesa el pecho de mi pobre enano; lo sé porque no me habla por una semana después de eso. Por más que le suplique que almuerce conmigo cada mediodía, él elige seguir durmiendo; duerme siete días corridos y sueña con tener más sueño al mediodía siguiente para no recurrir a excusas falsas por dejarme ingiriendo chatarras sola. No actúa así por egoísta o traicionero; como dije, él es un ser con una transparencia admirable y, sí, habita en mi pecho.

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