sábado, 18 de julio de 2009

¡Próximamente!

No fue fácil agarrar un par de hojas para escupirte esta verdad. No fue fácil porque cuando uno se dispone a escribir, tiene que tener el valor de llenar los espacios. Pero vos te merecés enterarte; vos, que nunca fuiste como todas. Vos que vas a ser la única en saberlo y no va a significarte nada. Vos que siempre entendiste toda esta mierda y ni siquiera te dignaste a intentar explicármela.
Me acuerdo de lo fácil que hacías todo. Era fácil despertarse todos los días sabiendo que, a más tardar, a las 3 ibas a discar mi número. “Che, gil, ¿qué esperás para venir?”, y después de eso empezaba mi día, solamente después de eso. Era fácil saber que un rato más tarde ibas a seguir estando en tu casa, esperando a que yo llegue con el pucho en la mano. Pero lo difícil era llegar. No porque tu casa me quedase lejos, sino porque había que tener huevos para pararse en tu puerta y golpear, sabiendo que estabas del otro lado, con toda tu simpleza. Esa simpleza que me hacía sentir tan estúpido al lado tuyo.
Yo siempre fui un tipo raro, de esos que no pueden ver una plaza llena de gente, de los que se encierran para odiar a todos, de los que se miran al espejo para escupirse, de los que nunca se enamoran de nada. Pero, sin embargo, todos los días te atendía y te invitaba a no dejarme tan solo. Vos no aceptabas, claro, vos también tenías lo tuyo. Me llamabas nada más que para verme parado en tu puerta, con un pucho en la mano, deseando que me contaras algunas de tus teorías locas sobre el mundo. Pero sé que te gustaba verme. Nunca me lo dijiste, ni yo a vos, pero era bueno lo que teníamos.
El tiempo era una pulseada fácil de ganar estando con vos. En el bar de los viernes siempre eras una más del grupo. Mis amigos estaban acostumbrados a que interrumpas nuestras charlas de hombres con tus manos de muñeca, pero es que vos no eras como todas, vos nunca fuiste como todas. Sólo por eso estabas conmigo.
Recuerdo la noche en que fui a tu casa a decirte que me iba. Era raro que fuera sin avisar, pero la necesidad de abandonar todo tampoco me había avisado que llegaría a mí esa misma noche. No pude mirarte a la cara, ni vos me lo exigiste. En el fondo los dos sabíamos que algo así iba a pasarnos, pero yo siempre creí que eras vos la que se iba a ir una mañana –recuerdo que era el momento que más te gustaba del día; la mañana-; nunca imaginé que iba a ser yo el que subiera al micro para no volver hasta hoy. No te gustaban las despedidas, ni los escándalos, ni tampoco los planteos. Eso era lo que más me gustaba de vos. No me pediste ninguna explicación aquella noche, ni se te cayó una lágrima siquiera. Como te dije antes, vos eras la única que entendía esta mierda. Yo sólo era un títere más del mundo.
Hoy volví, no espero encontrarte en alguna esquina, pero sé que vos seguís acá todavía. Vos pudiste soportar la falta de aire, vos creciste acá. Yo me fui, pero no dejé de ser un títere. El valor que antes me esforzaba para juntar y golpear tu puerta, ya no me alcanza. Mañana es mi cumpleaños número 21. Ya casi soy mayor de edad. Mañana es mi gran día; voy a dejar de ser un títere. Mañana voy a convertirme en el cobarde más valiente que he conocido. Mañana voy a tener lo que tanto anhelé siempre: voy a ser mayor de edad, voy a poder decidir qué hacer con mi vida. Por eso te estoy escribiendo ahora, un día antes, para contarte a vos y únicamente a vos, la verdad: mañana, el día de mi cumpleaños número 21, por fin voy a tomar una decisión de verdad importante. Mañana voy a acabar con mi vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario