lunes, 2 de febrero de 2009

Otro encargue terminado.

El celular volvió a sonar, anunciando un nuevo mensaje. Era él otra vez, reclamando un poco de la atención que no le correspondía. Ella sabía bien que sería él. Pero, ante los amistosos pero inquisidores comentarios de su entorno más próximo, alteró un poco la verdad y se defendió diciendo: “Sí, es mi novio (otra vez)”. Con el temblor en sus manos de quién carga con el peso de sentirse viva nuevamente, abrió el polémico mensaje. Otra vez él quería obligarla a contemplar sus ojos tristes. Pero esta noche ella no estaba dispuesta a simular ser la dama infiel que jamás sería. Era otra vez noche de amor con su más fiel compañero, único poseedor y merecedor de la totalidad de su persona: su novio desde ya hacía vario tiempo. Y si había alguien que la retenía a ella en las calles del control y la costumbre, ese era él. Era por el único que haría cualquier cosa, al que le seguiría entregando su vida, a pesar de que la rutina fuera, poco a poco, acabando con el placer. Siempre habría un nuevo intento de que todo diera para más porque, como ellos se decían a diario, se querían. Y mucho. Se habían encontrado en el momento justo de sus vidas, cuando la soledad intentaba derribar la puerta de sus patios para llevárselos para siempre. Y haberse encontrado, verdaderamente, no era poca cosa. Era lo mejor, para los dos. Es por eso que a ella le costaba tanto dejar de contemplar y proteger el número dos, para darle lugar a un tercero algo ansioso. Pero lo cierto es que este tercero, además de ser el “tercero en discordia” del que muchos suelen hablar, fue el que la hizo fuerte para reclamar por lo que siempre mereció y que el tiempo se había encargado de debilitar. Quizás es por eso también que no se atreve a usar en demasía a aquel chico de ojos tristes; no quiere volver a sentirse capaz de lastimar a nadie pero, a la vez, tampoco quiere perderse ella misma.
Su novio sigue siendo el único al que le permite mirar por sus ojos, pero su celular sigue anunciando mensajes y llamadas de un número que no está agendado (por sólo precaución, creo). Y se sorprende, con frecuencia, dedicando alguno de sus momentos de reflexión a quien se escuda detrás de ese número desconocido para cualquiera que tomara su celular, menos para ella. Y le gustaba, le hacía sentir cosas lindas, nuevas (u olvidadas), hasta podríamos hablar de algunas maripositas inquietas en su estómago, pero tampoco nos pongamos sentimentales. Esto no es cuestión de amor, ni nada por el estilo. Para hablar de amor, estaba su novio. Esto es una simple, pero agradable, molestia; un tire y afloje por parte de alguien que no tiene nada que perder y mucho para ganar; un inocente juego de conquista virtual.
Yo, que soy la que escuchó esta historia de los labios de su protagonista, siento ganas de que se les permita a las cosas seguir su curso, y fluir. Pero mi opinión es la de alguien que conoce poco de amor, y mucho menos, de aventuras veraniegas.