domingo, 8 de febrero de 2009

Confesiones de una puta con clase (Fragmento).

[...]
Acabo de despertar de mi siesta, y aun estoy desnuda. Después de darme un baño voy a buscar alguna buena imagen inspiradora en mi cabeza para hacer una réplica exacta sobre el lienzo, aunque tal vez le invierta los colores. O quizás sea bueno que salga un rato de casa y tome un subte, o algún transporte abarrotado de personas para que, al ver mi vestimenta, tengan con qué entretenerse mientras llegan a destino.
Cada hombre o mujer que me cruza en la calle se deslumbra por mi forma de andar por la vida. Soy totalmente conciente de eso, y a veces me gusta ver sus caras mientras simulo esconderme detrás de mis anteojos oscuros. Siempre uso anteojos, y siempre polarizo los vidrios de cada auto nuevo que compro (y que después no uso porque prefiero caminar o andar en subte). No me gusta la idea de que las personas me vean a los ojos, y siempre esquivo todas las miradas sin dar explicaciones al respecto. Es bueno que sepan que tengo algo que esconder, porque es cierto. Escondo el día de mi cumpleaños número 13 en el interior de mi alma, junto con mis deseos de ser una verdadera puta. Y digo deseos porque eso es lo que son. Por mis condiciones, no puedo ser más que una puta con clase, denominación que está lejos de la de ser una verdadera puta. Lo mío no es a causa de ninguna necesidad, ni hago el amor con extraños (y a veces asquerosos) hombres por dinero. Jamás ninguno de mis amantes me dio ni un centavo, ni lo aceptaría tampoco. Tengo tantos fondos en mi cuenta bancaria que podría vivir toda mi vida sin siquiera entregar alguno de mis cuadros y, además, jamás vendería mi cuerpo a nadie; es una de las pocas cosas que no compra ni alquila el dinero. Si es que estoy en una buena situación económica, no es gracias a ningún miembro de mi familia, ni a amigos, ni a amantes de un rato. Es sólo que tuve la buena suerte de tener ideas buenas en un momento bueno, y poder expresarlas en pinturas. Hace 2 años, le vendí todos los cuadros que había pintado hasta entonces a un viejo millonario cansado de invertir dinero en cosas que valieran la pena; y me pagó con el quíntuple de lo que podían llegar a valer esos cuadros y todos los que he pintado hasta ahora juntos. Fue un golpe de suerte grande y, por supuesto, no tengo de qué quejarme. Por eso es que si me entrego a cualquier hombre, no lo hago por dinero, sino por gusto. En cada piel que roza la mía encuentro los motivos para seguir mi vida. El sexo es lo único que disfruto hacer en compañía de alguien, y para lo único que necesito a un hombre a mi lado. Por eso es que no me importa conocer sus nombres, ni objetivos a cumplir. Yo sólo quiero sus cuerpos, el roce de mi piel contra las de ellos. Y el placer. Si alguna vez me preguntan mi nombre, nunca dudo en mentirles. Mi nombre es lo único en mi vida que no elegí. Y lo detesto. Siempre busco uno acorde a la situación para llamarme de algún modo. A veces soy una niña llamada Micaela, en otras circunstancias soy una señora de 80 años llamada Iris. Otras, sólo soy Ana.

[...]

No hay comentarios: