martes, 12 de enero de 2010

Retorno.

Volvió a ocurrir. Fue todo idéntico a la última vez, pero yo lo sentí diferente. Los colores se fueron desvaneciendo lentamente; mis manos atraparon el último manotazo de aire y se desprendieron; mis rodillas vibraron al ritmo de una tarantela precoz y mis piernas se aflojaron por fin, totalmente abatidas, y ya sin siquiera contar con el gramo mínimo de aliento que todas las piernas del mundo se jactan de poseer. Sentí tus brazos implorándome un segundo más de compañía, pero no me importó. Esta vez -¡lo siento tanto!- no me importó.
Temblé de frío y de sed en los confines más arduos del universo paralelo, imaginé que mis pesadillas se hacían una a una corpóreas. Un hilo de sangre se desprendió de mi pecho y con él se fue el amor. Vi todo el proceso, fui testigo de cada nueva alteración de mi organismo. Sé que di más de lo que algún día debí.
En el desvanecer de las razas me derroqué a mí misma hasta el hartazgo, clavé estaca por estaca en el seno mismo de mi vulnerabilidad; peleé con el dolor y me dejé ganar; fui mi guerrera más débil y llegué hasta las sombras de las sombras con el vientre en blanco; me abandoné, lo sé, me dejé olvidada en las zonas más inhóspitas de la ciencia, de la vida, de la puta costumbre de no tener costumbres sólidas…
Me buscaste, mil veces recorriste la acidez del desencuentro, pero no conseguiste más que nudos en tu sangre. Te llenaste de hervor y hasta deseaste, por vez primera, haber nacido menos humano. Pero la tardanza fue evidente desde el principio…
Sigo ávida por cometer actos insanos, por verme obligada a morder las cenizas de la ira, pero las agujas que marcan los lucros y las pérdidas empaparon cada milímetro de existencia, cada gota de calor, de piedad. Llegar a tiempo es cosa de otros tiempos, de tiempos más remotos que el tiempo mismo.
Volvió a ocurrir, pero el hilo de sangre ya está seco; al igual que mis ojos.

martes, 5 de enero de 2010

Reíd... Reíd de mí.

Ya no me empujes. ¿No ves que ni así avanzo?
Dejá la tiranía de lado; no me sirve.
Soltá esa daga de hielo; ya no tiemblo.
Bajá la vista, fijala en cualquier otro punto que no tenga que ver conmigo; tu vigilancia es inútil.
No sigas obligándome a respirar hedor; soy inmune.
Quitame la visera y el escudo; mido más de un metro.
No me tapes los oídos ante palabras necias; ya sé a caminar.
Regalame bufandas; el suicidio no está en mis planes.
Si te pido amor, no le quites las espinas.
No afines tus cuerdas vocales; tus canciones me aburren.
No inyectes esperanzas en mi piel; tengo los ojos abiertos hoy.
No fabriques lágrimas, puedo prestarte las mías.
Mirá hacia el frente; la gente ya no deja caer monedas.
Y, por favor, ya no bailes; el horror amaneció.