jueves, 14 de mayo de 2009

Con el arco vacío.

Hoy me desperté aburrida, y con el transcurso de las horas descubrí que me esperaba un día complicado. Mi cabeza pareció haberlo notado antes que yo y se preparó para sentir dolor, aun siendo bombardeada por analgésicos mal ingeridos. Ni siquiera pude probar bocado en el desayuno y en el almuerzo no me fue mucho mejor. La sensación de haber estado espiando dentro de un frasco al que le cerraron la tapa de repente, dejándome presa entre sus vidrios redondeados, no me deja más remedio que admitir que el fuego está cada vez más próximo. Que no se tarde en llegar, por favor…, ya desespero de esperar que todo termine de una vez. Casualmente, siempre creí que el final me iba a tomar por sorpresa, pero hace unos meses que no hago más que aguardar su llegada. Tampoco tengo en claro qué es lo que va a terminar cuando mis deseos se cumplan, pero no me resulta relevante ahora; sólo ansío que algo suceda.
Si tuviera un piano, apoyaría la mitad de mi pequeño cuerpo sobre él y cerraría los ojos. Nada más. Pero los infortunios de esta triste sátira que protagonizo, no me dejan más opción que quedarme inmóvil, recostada en un incómodo sillón de madera, sin casi poder pestañar; absorta, ensimismada, taciturna, pero nunca indiferente.
Estoy más sola de lo que en realidad me siento, y eso no me mueve un pelo. Sería capaz de dejar hasta lo poco que me queda, si fuese necesario. Por desgracia la existencia no puede intercambiarse por un buen libro; sino ya hubiese tomado la sabia decisión de hacer el canje, no importa demasiado con quién.
Un agujero en mi estómago me indica que mi sistema nervioso se queja a gritos. Respirar es un trabajo demasiado mal pago, y a mi cuerpo ya le corresponde la entrada de adulto.
Felicitaciones, mundo…, vas con un gol de ventaja.

domingo, 10 de mayo de 2009

Cristalidad.

El que quisiera corroborarlo, sólo tenía que entrar por una puerta desgajada y dirigir la mirada hacia una pequeña y roñosa mesita de madera, igual a otras diez en el lugar. Al hacerlo, podría ver con sus propios ojos al gran artista, sumido en el ensimismamiento más profundo que se había visto en un sitio como aquel, hasta esa noche. Una música mediocre de fondo, un cenicero vacío y dos sillas ocupadas a su lado eran su única compañía, aunque el bar estuviera más repleto que de costumbre.
Nada parecía lo suficientemente potente como para retenerlo en su silla pero, a la vez, sus ganas no tenían ganas ni de levantarse. Él mismo se admiraba de su paciencia, a veces. Estaba todavía ahí, sentando, esperando algo que, con seguridad, nunca llegaría. Sabía, era innegable, que no iba a conseguir de ese ambiente lo que realmente deseaba, pero siempre quería darle nuevas oportunidades, una y otra vez, y por eso ahí seguía… inmóvil. Simulando ser un imbécil paciente, fijaba la vista en un punto cualquiera e, inventando una expresión de total concentración, le abría la jaula a su mente para que llegara lejos; y su maldita conciencia cavaba bien hondo, hasta creerlo agonizando. Al otro día, sólo quedaría un leve olor a cigarrillos baratos como único recuerdo de tan aburrida noche; y, por suerte, podría estar tan solo como quisiera.
Casi a media tarde del día después del ayer, su pecho respiraba algo menos que canciones sin alma, y la razón era todo menos razón.
"¡El infinito es una terrible mentira!" - pensó - y notó que su remera ya le iba demasiado chica.