jueves, 30 de abril de 2009

Good Bye, Lenin..

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Recuerdo que me detuve desconcertada en un relato que aseguraba que los sentimientos no eran más que juegos psicológicos que la persona misma se creaba para burlarse de todo aquel que se cruzara en su camino; y que los infortunios que suelen presentarse a la hora de relacionarse con otros seres, no eran más que castigos que la mente misma le ponía a uno para devastarlo y obligarlo a alejarse de la cordura. También, haciendo referencia a ésta misma, relataba un suceso algo confuso que tenía que ver con una carta que él mismo había enviado a ninguna parte para suplicarle a no sé quién que le cumpla el sueño de permitirle a todos atravesar la línea que, según él, separaba la vida entre Locura y Realidad. Ese texto era realmente un trabalenguas mágico que lograba arrastrarme hacia la insensatez, sin siquiera provocarme ganas de volver en algún momento. Había otras tantas brevísimas narraciones también de gran valor y un final oculto en la última hoja del libro que, por un momento, me hicieron sentir eufórica de placer.
Con la misma perfección caligráfica de las primeras páginas, el autor concluyó el diario diciendo: “Aunque sé que lo peor siempre va a estar por llegar, nunca voy a cansarme de esperarlo; porque eso peor que siempre va a estar casi en la puerta de nuestros patios, no es más q
ue un tropiezo de lo que para el mundo es lo mejor. Si lo mismo vale un hombre desdichado que un cordel, siempre elegiré pagar por el cordel. Si tengo que vivir optando por lo real, no pienso seguir esforzándome por ser. Les regalo todos y cada uno de mis logros, porque lo que ustedes consideran logros, para mí no valen nada. El mundo de los vivos ya no me divierte”.
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lunes, 13 de abril de 2009

Más.

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A veces siento que, mientras los recuerdos vienen como arrojados con ímpetu a mi mente, el mundo se detiene unos instantes para no interrumpir mis pensamientos. La avenida sigue abarrotada de gente, automóviles, algún que otro perro callejero, palomas, partículas de polvo del ambiente, y demás; pero nada ni nadie se atreve a molestarme cuando tarareo esa melodía tan pegadiza que fue furor años atrás. Camino sola por una calle repleta y la quietud de mi alma se esparce por mis alrededores, como guiada por alguno de mis sentidos, pero sin levantar sospechas. La verdad es que todavía no decido qué rumbo tomar, sólo me limito a circular como flotando en una nube de humedad, sin avanzar demasiado. Es como si intentara despertar la lástima de alguien, pero a la vez no me perdonara lograrlo. Tantas veces viví de cerca los puñales de la piedad que no quisiera estimular dolores del pasado. Los miles de rencores que sustentan día a día mi coraza me convirtieron en la mierda que suelo sentirme; pero ya no basta con dar un giro de 90º, como cuando era una niña que entraba siempre a los lugares cuando no debía y la despiadada de mi madre no hacía más que tomar una de mis estúpidas trenzas para arrastrarme hacia alguna habitación lateral, que no correspondía ni siquiera a la puerta por la que había ingresado en un principio. Así, con esas indescifrables reacciones, es como mi familia intentaba iniciarme en la supervivencia. Por supuesto que sólo llegué a este tipo de conclusiones cuando fui un tanto más adulta, y hasta puede que me equivoque a veces al darle el título de enseñanzas. Pero, al perecer, lo más conveniente no es volver siempre sobre nuestros pasos, sino tomar caminos distintos, hacia lugares también disímiles. Por eso creo que no me serviría de nada intentar ser lo que no pude años atrás, sino que me sería más conveniente elegir girar a la izquierda o a la derecha, pero nunca volver por la misma ruta ya transitada. No es cuestión de reparar errores del pasado, sino de seguir cometiéndolos en otros aspectos. Eso se llama vivir, según mi filosofía de bolsillo.
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