lunes, 30 de marzo de 2009

Rusticidad: (Sólo) 10 %

Justo cuando empezaba a convencerse de que la tranquilidad también podía ser parte de sus planes, el maldito reloj marcó las 12 de la noche. Un minuto más y vería su gran lunes desaparecer; después de haberlo acunado entre sus suaves manos, se iría para siempre. Qué mezcla de dolor y ansiedad albergaba ahora su cuerpo! Ni su capuchino a medio tomar le sería útil unos segundos más tarde. No sólo se sacó de la mente que la serenidad iba a poder serle buena aliada alguna vez, sino que todos sus muros le cayeron de un golpe sobre sus dedos y un escudo de hielo le goteó en la oreja, el temblor comenzó a hacerse notar, su mano izquierda se aproximó tanto a su labio inferior que ya no pudo resistirse a juguetear con él con ademán desesperado, y su párpado derecho empezó a latir tan de golpe que ni ella misma lo creyó, a pesar de que ocurría con frecuencia. La puta ansiedad ahora la poseía por completo. Otra vez pasaría la mitad de sus horas atenta a un “no sé qué”, para luego encallarse en los brazos del tedio disimulado; eso si antes no se le adelantaba el temor y la dejaba muda y sin imaginación. Si esto último llegaba a suceder, tendría una noche pésima, como tantas otras a su lado. Cruzaría los dedos.

domingo, 15 de marzo de 2009

Confesiones de una puta con clase (Nuevo fragmento).

[...]
Como lo había presentido, es una tarde asquerosamente primaveral. Los púberes deambulan por las calles abarrotadas de vendedores, dispuestos a dejarlos sin un centavo en el bolsillo. Mientras cruzo por una gran avenida, de la que jamás me acuerdo el nombre exacto, una canción de los 70 que siempre me gustó mucho se viene a mi mente, y camina conmigo aislándome del tedio de una ciudad con ganas de vivir. En verdad todavía no sé a dónde ir primero. No me importa demasiado el nuevo barrio en el que vaya a vivir, pero tengo la idea de abandonar los edificios con departamentos a estrenar, para mudarme a una casa; grande o pequeña, me da igual. Pero que sea una casa, con vecinos a distancias más prolongadas y sin conserjes físico culturistas que me obliguen a guiarme por mis peores instintos y, por ende, cambiarme a un nuevo sitio al poco tiempo de llegar. Además, me gustaría contar con un patio lo bastante cómodo como para pasar el rato los días de lluvia; mirar por la ventana cómo todo se empapa y estar totalmente seca del otro lado del vidrio, no es justo. Espero que ni bien me instale, se largue un buen chaparrón, que me sirva como la bienvenida que jamás tuve en ningún lugar.
Recuerdo que una vez, antes de aterrizar acá en Rosario, me hospedé un tiempo en un hotel de Buenos Aires. No era solamente costoso por los hombres que deambulaban los pasillos, sino que tenía algo particular y fascinante que lo diferenciaba y lo hacía estar por encima de los demás. Quizás para cualquier huésped el lugar sólo era caro por la ubicación, o por el buen servicio de limpieza o, para los exigentes, por las camas de agua y los hidromasajes que había en cada dormitorio; pero a mí eso me importaba tan poco como que mis cuadros no se vendieran. Lo que realmente me embrujó de allí fue el patio, desprovisto de cualquier objeto artificial para cobijarse. Según me habían contado, la dueña de este hotel había tenido tendencias hippies o algo así, y adoraba lo natural. Conociendo ya en demasía a sus posibles huéspedes (no más que señoras con la nariz parada y el culo operado, o gays desesperados que pretendían no ser discriminados por el ancho de sus bolsillos), imaginó que el jardín no sería más que un espacio reglamentario y común como en cualquier hotel, que estaría sólo de adorno; y dedicó una gran porción del terreno para cultivar sus semillitas. Por supuesto, estaban bien disimuladas, por si algún curioso ignorante pretendía hacer problemas al respecto. Pero yo sabía bien en presencia de qué planta estaba, y me emocioné. Me pasé días, casi todos los que estuve en esa ciudad, contemplando por las noches ese hermoso paisaje de hojas prohibidas pero deliciosas. Por supuesto que lo hacía silenciosamente, sentada bajo unos enormes árboles cuyo nombre no conocía, y que servían de sombra en los días soleados. Jamás se me ocurrió tocarlas, ni acercarme demasiado; temía quitarles la magia que les proveía su dueña. Eran mis intangibles compañeras nocturnas, cuando el insomnio se empecinaba en pasar la noche conmigo; hasta creo que les prometí volver alguna vez.
Esta experiencia de unos días me hizo comprender que tenía un lado vulnerable y que las pequeñas cosas del mundo eran las que lograban levantarlo de la cama, aun en sus períodos invernales más profundos. Y en honor a este descubrimiento, voy a plantar marihuana en el patio de mi nuevo hogar. A veces deliro con convertirlas en mis confidentes y acompañarlas cuando la lluvia les moje la cara. Si Exupery le dio a una simple rosa el crédito suficiente para enseñar a un niño el significado de lealtad y algo sobre la importancia de la autenticidad, yo podía soñar con contarle aventuras a mis caprichos.

[...]

jueves, 12 de marzo de 2009

Quiero.

"A veces de verdad hay que dejarse caer. Es demasiado pesada la vida cuando uno va de compromiso en compromiso, por más pequeño que sea o parezca. Y la gente tiende a obligar a los demás a comprometerse, aunque en sus caras vea la mueca de angustia que sus mentes albergan. Parece disfrutar de ello".
Con el tiempo, después de negar muchas veces con el dedo, me senté en la vereda de enfrente a racionalizar el asunto; y llegué a la necia conclusión de que los compromisos en sí, las obligaciones, no son más que la manera que algunas personas adoptan para darle a entender a los demás que los quieren dentro de sus planes; y no más que eso. Pero todo depende de saberse expresar, para que no se empiece a divulgar el rumor de que no somos buenos gritando verdades. Como muchos todavía no logramos darnos a entender como pretendemos, somos los que cargamos ese peso sobre los hombros. Y ahí vienen las contracturas, la necesidad de que un hombre que se hace pasar por kinesiólogo te cuente algún chiste malo para distraerte mientras se encarga de penetrar la intimidad de cada nudo de tu espalda, las pastillas antiinflamatorias, y demás.
Muchas veces me han invitado a lugares a los que no iría por incentivo propio y, por lo tanto, no he ido. Y después llegaron los reproches. Y me molestó escucharlos porque, de última, era mi problema. Yo me lo había perdido. Largo tiempo estuve con esa idea fija en mi cabeza y la verdad es que me equivoqué mucho. Hacer cosas por compromiso, es bastante feo sí. Pero hasta qué punto es un compromiso, y hasta dónde no es más que una muestra de buena voluntad por parte de alguien más? Es sólo una pregunta retórica que capaz ni merece ser respondida mentalmente, pero se me cruzó por la cabeza, y ya no me aguanto no escribir lo que pienso. Si digo que me equivoqué, es porque siento algo de culpa por no haber ido a ciertos terrenos en los que esperaban mi presencia, sobretodo por capricho; quizás de verdad me lo perdí. Mis amigas seguramente van a saber de qué hablo. Pero es que así soy. Un día me levanto con ganas de no lastimar a nadie, y al siguiente, no me importa nada. Me gustaría confesarles que soy un desastre a veces; en verdad. Lo único que destaco de mí, es que no intento esconderme ni vender ningún buzón que no tenga cartas con mi nombre y apellido, y alguna que otra fotografía de mi persona, que denote que en verdad no estoy tan buena. ¡Brindo por eso!

martes, 3 de marzo de 2009

Oh! Darling.

Es lunes, y ya es casi el horario de subir al micro. La empresa Dumas Cat, es la que me llevará a destino el día de hoy. Desde que me ausenté de mi ciudad para pasar unos pequeños ciclos corriendo una maratón, que jamás ganaría, para terminar algunos trámites, es que tengo la idea fija de ir a buscar un poco de soledad a la capital pampeana. Por eso, esta vez elegí despegarme varias horas antes de mi cama para llegar 09:45 en punto y alejarme algunos kilómetros de casa, pasando antes por algunas localidades ya un poco conocidas pero no por eso adoradas.
La cuestión es que iba dispuesta a vivir un día diferente, o al menos un buen día. Mi ojo derecho seguía con su latido casi constante, y eso me daba esperanzas de que algo bueno vaya a suceder. Por eso, mientras escuchaba a Baglietto y caía en la cuenta de que sería lo último que escucharía (dado que ya casi no quedaba batería en mi mp4), no me sorprendí al ver un rostro conocido (y, ¿por qué no?, esperado) entre los nuevos abordantes de mi mismo colectivo. Lo primero que se nos ocurrió a ambos, es que los micros se empeñaban en regalarnos encuentros casuales, y ninguno tuvo objeción alguna para hacer al respecto.
Una vez llegada a Santa Rosa, logré hacer todo lo que estaba en mis planes y aún más, gracias a que la casualidad se esforzaba por caerme bien, y lo lograba. Fue un día, o más bien, una tarde/noche memorable. Partí en busca de soledad y paz interior, y la tuve en gran medida; sobretodo mientras contemplaba las aguas y su quietud de la Laguna Don Tomás. Nunca había ido sola a ese lugar, y ahora me arrepiento de no haberlo hecho antes. Pero también tuve las mejores compañías y caminatas de la mano de lo desconocido, y dado que no fueron planeadas, no me asombro de que haya sido así.
Mi último recuerdo de aquél sitio, fue un tremendo chaparrón que me empapó de pies a cabeza, pero me robó varias sonrisas; y la búsqueda de una pequeña plaza que jamás encontré, con el fin de recordar escenas de mi cumpleaños pasado y, quizás, sentir que las cosas suelen salirme bastante mal. Pero me tuve que conformar con la lluvia, a la que mucho le agradezco por obsequiarme esa sensación de libertad y despreocupación que, desde hace vario tiempo, no sentía.
El viaje de vuelta tuvo algunas complicaciones que dependieron en parte del clima de anoche, y en parte del factor humano: una tormenta bastante fuerte, al parecer, derribó algunos árboles y los dejó inmóviles sobre la ruta; y hubo dos accidentes de tránsito, quizás también producto del temporal (no he mirado las noticias para enterarme). Con la suma de estos hechos, permanecí varada un tiempo considerable entre Winifreda y Castex, llegué demasiado tarde a casa, y estuve a punto de bajarme en un pueblo que no era el mío, sólo para escapar del ambiente en el que ya me encontraba hacía alrededor de 2 horas, y que estaba próximo a sofocarme.
En fin, sin dejar ningún aspecto excluido, fue un buen lunes.

domingo, 1 de marzo de 2009

Poema 20 - Pablo Neruda.

Si algo tiene que valer la pena, que la valga. Aunque no todo sea por mérito mío propio.
Si están pensado en alguna cursilería, o algún tipo de duelo, No. Comparto con quien lo quiera leer, lo que considero que lo merece.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos.»
El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.
Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo. Eso es todo.
A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.